Ayer fue nuestra ceremonia de graduación, a partir de la cual somos – setenta y tres almas, que incluyen la de Cloé y la mía – oficialmente licenciados en Comunicación Social. El siguiente discurso es el que preparé para esta noche y el que recité frente a mis compañeros con orgullo, feliz y agradecida de la oportunidad de transformar en palabras mi paso por la facultad.
“Comunicadores: van a tener un océano de conocimiento… de un centímetro de profundidad”.
Estas palabras, pronunciadas por un exgraduado de esta universidad, describen de una forma maravillosa y muy acertada lo que significa estudiar Comunicación Social. A primera vista, el plan de estudios de la carrera parecía una ensalada más que otra cosa: las materias eran tan diferentes entre sí que no podíamos divisar un hilo conductor, más allá de la frescura divertida de estar viendo siempre cosas nuevas.
Y nos divertimos. Escribimos, dirigimos y filmamos cortometrajes. Creamos una radio ficticia que tuvo un día entero de transmisión y que bautizamos RADIO COMANDO solo para poder disfrazarnos de convictos. Jugamos a publicar un periódico y a diseñar una revista. Recreamos un noticiero, improvisamos en seminarios de teatro y construimos páginas de internet. Sin contar claro con las horas que pasamos desvelados repasando Internacional, memorizando Lengua con la esperanza de promocionar y rogando que por favor no nos toque Antonio Gramsci en el final de Sociología, dejando atrás de nosotros una colección de resaltadores sin tinta.
¿Qué hilo conductor atravesaba todas estas actividades? Ahora es más fácil verlo que en ese entonces: todas formaban parte de la caja de herramientas que la facultad nos estaba dando para enfrentar un mundo cada vez más complejo. En un mundo desintegrado, lleno de misterios y difícil de interpretar, necesitamos que alguien nos lo ordene.
Es ahí donde entramos nosotros.
Así como el cirujano tiene su bisturí, el biólogo su microscopio, nosotros cargamos esa caja a donde sea que vayamos. Es una caja de contenido único, tan propio como nuestras huellas digitales, y que vamos rellenando con lo que creemos valioso para hacer lo que nos toca hacer como comunicadores: observar el mundo, analizarlo, desmenuzarlo y reordenarlo en una forma más comprensible para los demás.
Pero de a ratos esta carrera es una tortura. Dada su amplitud, la posibilidad de hacerlo todo nos paraliza y muchos nos quedamos con el título en la mano y las preguntas en el estómago: ¿A qué me quiero dedicar? ¿Qué es lo que realmente quiero hacer?
En esos momentos, deseamos con fervor que este océano no sea un océano, sino más bien un arroyo que recorre tranquilito un cauce ya trazado y menos confuso, porque esta profesión toma tantas formas que la infinidad de opciones estremece. ¿Por dónde empezamos?
Empezamos por volver a las raíces y recordar nuestro propósito: conectar. Conectar autor y lector, producto y consumidor, director y espectador, empleador y empleado. Básicamente, conectar personas y abrir túneles de comunicación donde antes no los había, procurando reducir la estática y posibles interferencias. Nuestro deber es tan fácil y tan difícil como prestar atención y unir puntos que nadie había conectado antes.
Pero volvamos a la caja de herramientas. Los contenidos de esa caja tienen que crecer y renovarse, dicho en otras palabras, tenemos que seguir siendo estudiantes aunque la universidad haya terminado.
Dejemos que el tiempo nos moldee, que nos cambie y nos adapte. Tomemos el ejemplo del edificio sobre Juan de Garay, que alojó a esta facultad durante veintitrés años, la misma edad que tenemos muchos. Hoy el espacio que nos recibía fue demolido y quien pase por ahí verá que está vacío, un remanso de paz y un pulmón de aire en plena ciudad. Supo cumplir su ciclo y tomar nueva forma, como nos toca ahora.
Los fines de ciclo no son fáciles, por eso quiero agradecer a todos los que cruzaron paso con nosotros. Tuvimos profesores que nos enseñaron dentro de las clases y que actuaron como guías fuera de ellas y no siempre en materia académica.
Nos enseñaron a pensar por nuestra cuenta, a ser desconfiados de lo que se nos sirve en bandeja. Nos mostraron que hay varias lupas con las cuales podemos mirar un mismo evento y que podemos elegir, para nuestra vida, nuestra lupa favorita. El conocimiento que recibimos de su parte no nos aplastó con teorías y reglas. Por el contrario, fue un conocimiento activo, uno que actúa como trampolín, que nos incentiva y que exige – de parte nuestra – un HACER.
No llegamos hasta acá solos. Caer en ese truco de magia sería tonto porque ninguno de los que está acá con toga esperando el título consiguió esto solo. Tuvimos a nuestros padres, a nuestros profesores, a nuestros compañeros y a muchos otros para hacernos el aguante.
Me gusta pensar que fuimos – que somos – la camada generosa y les voy a contar una anécdota que ilustra esta idea. Me voy a tomar la libertad de llamarla La Cultura Del Resumen. Desde el principio de la cursada se estableció una tradición en la cual los alumnos compartían sus resúmenes, una compilación de todo el material, las clases, la bibliografía así de grande así que de resumen no tenía nada. Se compartían libremente entre todos. Siempre me llamó la atención, esta tendencia a dar en vez de retener, porque estamos más acostumbrados a ver competencia y en nuestra clase, en cambio, el compartir latía con tanta fuerza que se convirtió en cultura.
Esta universidad me regaló mejores amigos y colegas que aprecio con el corazón. A los setenta que somos hoy y a varios que no están pero que se merecen el discurso igual, quiero decirles: gracias. El respeto que les tengo es enorme.
Buceo en las memorias de los últimos años y sé las formas en las que cambiamos. Nos vimos crecer y nos acompañamos en ese florecimiento, vitoreando siempre al otro en sus proyectos y aspiraciones y cuidándonos en los momentos de dolor. Un sinfín de cosas nos sacudieron y nos formaron, y no todas sucedieron en cemento universitario, pero si fue ahí donde compartimos mucho de lo que nos pasaba. Está ahí, en esas conexiones, la riqueza más grande que me dio esta universidad.
Las personas.
Personas que caminaron un día por la facultad o que están acá desde su nacimiento.
Nuestra carrera será relativamente nueva pero nuestra responsabilidad no: somos los bardos y los trovadores del siglo veintiuno, narrándonos para narrar el mundo. Somos antenas que captan mensajes de satélites circundantes y que sabemos retransmitirlos.
Que la curiosidad que nos guió hasta acá nos siga guiando, con nuestra caja de herramientas en mano y la lupa que mejor nos calce. Espero que esta sea la misma que motivó la Cultura del Resumen, la que se preocupó por ser generosa sin ir en busca de méritos, la que apuesta por unir lazos en una sociedad disgregada con la esperanza de devolver un poco lo que nos fue dado.
Y la que quiere mover al mundo porque a nosotros el mundo nos conmueve, a nosotros, comunicadores.
Muchas gracias.
me conmoves, vos