Hay dos tipos de felicidad: la automática y la manual. Esta jarrita – la jarra de la felicidad – es una herramienta para la segunda categoría -la manual-, una herramienta básica para indagar en la práctica de ser más optimistas.
¿En qué consiste? Es un recipiente en el que se depositan, cada día, papelitos escritos con las cosas lindas que pasaron y de las que estamos agradecidos, pueden ser una o varias. En los días malos tiene doble función: la de revolver en el pasado y leer cosas que te animen y la de obligarte a hacer el esfuerzo de repasar tus últimas veinticuatro horas y encontrar al menos un destello de algo bueno en un día en el que costó verlo.
Puede ser tan chico como la aparición de un pájaro de panza amarilla en tu ventana o tan grande como un ascenso en el trabajo, el beso de alguien que te gusta o el diez en tu último examen final.
En realidad, es un truco para enseñarte a mirar lo bueno en lo malo; es el truco más fácil y eficiente que conozco para aprender a mirar el vaso mitad lleno. Ahora nadie me puede decir que uno nace optimista o pesimista: uno se hace.
Ver cómo crece la pila de papelitos después de unas semanas de empezar da una satisfacción enorme.
Cómo hacer una jarra de la felicidad y no morir en el intento:
1. Encontrá un recipiente y decoralo como quieras:
Paso primero y fundamental. No es necesario ir a comprar el envase más lindo, lo pueden reciclar ustedes mismos, pero sí sugiero que la jarra con la que se terminen quedando no les parezca fea. La idea es que los inspire y si no es estéticamente agradable es más difícil.
Yo reutilicé el envase de café instantáneo: esperé a que se acabara el café, lo lavé, le saqué la etiqueta y lo pinté con acrílico (solo un poco porque la pintura sobre vidrio no congeniaba muy bien). Lo dejé en su mayor parte sin tocar porque me gustaba que sea transparente, así puedo ver con facilidad lo que hay adentro. ¡Me entusiasma!
2. Conseguí un cuaderno y una lapicera:
Mi sugerencia es que el cuaderno o cualquier fuente de papel en el que vayas a escribir sea más útil que bello. A fin de cuentas, vas a estar anotando y arrancando el papel, y si el cuaderno es divino, cortar el papel te va a dar culpa o partir el alma (y a mí también). La idea es no encariñarse con el cuaderno, si no quererlo únicamente por el rol que cumple: el de proveedor.
Lo mejor sería que el cuaderno esté dedicado a una única tarea: anotar y arrancar. Nada de escribir resúmenes, listas de supermercado, diario personal… no. Lo mismo aplica a la lapicera o lo que elijan para escribir (lápiz, pluma, bolígrafo, birome…): si es multiuso es probable que se traspapele. Al momento de hacer el papelito, si no tenemos con qué escribir, es más factible que abandonemos la tarea.
3. Tenelo cerca y a la vista:
Es difícil incorporar un nuevo hábito a nuestra rutina, sabemos muy bien que la fuerza para vencer la inercia es enorme, por eso es necesario tener todos nuestros elementos a la vista.
Me conozco y sé que si tuviera que hacer el esfuerzo de buscar papel y tinta a un lugar más lejos, sin lugar a dudas la jarra estaría vacía. Entonces la ubiqué en el lugar más apropiado: en el escritorio de mi cuarto, a cincuenta centímetros de mi cama, con el cuaderno y la lapicera a un costado.
Tiendo a la vagancia entonces dispongo de todas mis herramientas de tal forma que cumplir con la tarea del día – ¡un solo papelito! – sea lo menos trabajoso posible.
Tener la jarra cerca, además, es un recordatorio y evita que me olvide.
Si llegaste hasta acá y todavía no estás convencido, si pensás sí, divino todo, yo también quiero tener una jarra divina y hacerle una sesión de fotos para subir a mi blog pero no le veo otro fin más que ese, dejame darte una última razón, un último empujoncito y vos después hacé lo que quieras:
Lo hacés porque no hay felicidad sin gratitud. No hay: la felicidad y la gratitud son hermanas mellizas, quizás siamesas. Tenga la persona lo que tenga, haya pasado por lo que haya pasado, si no es capaz de afinar su visión y distinguir qué cosas tiene en su vida por las que estar agradecido entonces no hay – no hay – forma de ser feliz.
La felicidad, como la gratitud y todo lo que vale la pena, es una práctica y eso implica que hay que entrenarla. Esa es la mejor de las noticias que puedo darte – y con eso termino porque si no te logré convencer hasta acá es que no puedo hacer más al respecto-: la noción de que en algo tan fundamental en esta vida como ver el vaso medio lleno o medio vacío, vos tenés la capacidad de elección y de acción. Vos tenés la posibilidad del cambio.
Lo digo tan convencida que hasta me saqué una foto para pintar una imagen más clara:
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