El cambio es inminente. Está, se asoma, y cuando empezamos a acostumbrarnos a la idea de que está reposando más tiempo del que quisiéramos, viene y nos pega una trompada en la mandíbula.
Caemos, pero nos volvemos a levantar. Aunque sigamos algo mareados, aunque cueste más de lo que imaginábamos, nos erigimos motivados por la curiosidad. Y avanzamos, aún cuando solo nos empuja el viento.
Tantas veces escuché que “las cosas ocurren a su tiempo” y siempre terminé por confirmar ese dicho. Tampoco me puedo sacar de la cabeza la frase de la canción de Gustavo Cerati: “Poder decir adiós es crecer”. Sé que está hablando del amor, pero pienso en los finales, en las renuncias y en las nuevas etapas. Pienso en cómo hay una temporalidad que no es casual en todas ellas e incluso en cómo varios procesos – laborales, personales, amorosos, etc., – confluyen a la hora de terminar o comenzar. De repente coinciden tantas cosas intensas, y aunque esa “casualidad” o encuentro causado por el azar sea totalmente ilógico, a la misma vez tiene todo el sentido del mundo. ¿Qué sorpresas, aventuras traerá lo que comienza?
Renuncié, hace poco. No sé hace cuánto se comenzó a gestar la idea en mi cabeza de que era hora de buscar un nuevo rumbo/desafío/espacio, pero sí sé que fue expandiéndose de manera inevitable. Supongo que también las cosas están cambiando y quizás tiene que ver con algo generacional, porque no sé si continúa existiendo esa noción de que vamos a trabajar en un lugar por el resto de nuestras vidas y hacer carrera ahí. Eso se sostiene si hay inspiración, oportunidades de crecimiento, sarasa… Influye que mi carrera – Comunicación Social – ofrece un mar de posibilidades en las que puedo sumergirme, pero esa virtud es también su defecto principal, porque muchas veces me ahogo en la incertidumbre. Será por eso que continúo navegando. Yo quiero probar, combinar, y crear un pastiche que cargue como mochila; mi experiencia, mis saberes y aspiraciones van a ser mi carta de presentación, como también mi fuerza motora que me va a impulsar hacia nuevas aguas.
Renuncié, hace poco. Y mirando para atrás o incluso analizando el mismísimo presente, veo cómo esta etapa laboral coincidió con otras de mi vida, en las que debía aprender determinadas lecciones que no imaginaba, como por ejemplo aprender a hacerme notar en un lugar y que mi presencia no pase desapercibida; siempre es más fácil quedarnos al margen porque estamos eximidos de todo tipo de responsabilidades. ¿Qué quiero decir con esto? A veces hay personalidades que disienten con la nuestra, o que intimidan. Entonces, ante ese panorama, prefería entrar chiquita y permanecer callada, para evitar líos, reproches. Pero aprendí que así no llego a ningún lado, porque si no me muestro cómo soy, con mi volumen, permanezco estática. Empecé a distinguir también qué me gusta hacer y qué no, y de a poco puedo empezar a descartar para esclarecer mi camino. Me sorprende cómo cada uno aterriza en un determinado lugar por “algo”, porque es esa experiencia la que nos tiene que moldear, al menos para seguir adelante.
También aprendí que lo más importante es confiar, en mí. Que yo puedo y que tengo el poder de elegir. Que el “fracaso” es un concepto que quiero resignificar, porque los errores están y van a seguir apareciendo siempre, y que en definitiva me forman y me impulsarán a tomar otras decisiones. Pero no quiero que mi vida termine dividiéndose en una lista que separe mis fracasos de mis éxitos (y esta segunda palabra – “éxitos” – tampoco me gusta). Aparecen oportunidades que conllevan riesgos, y muchas veces no tengo otra más que tirarme a la pileta porque no soportaría el “que hubiese sido si”.
Leí alguna vez que valiente es el que reconoce sus temores, no el que los ignora. Más que mis virtudes y defectos, prefiero pensar qué me hace sentir fuerte y qué me debilita. Pero ante el cambio, mi mente repite como un zumbido que “soy capaz”, y necesito esas palabras para tener un paso firme.
El cambio es inminente. Entonces no queda otra más que confiar y en pensarnos gigantes.