Qué linda es la sensación de estar totalmente empapada. Me lavé el pelo de nuevo, literalmente, y mis zapatillas cambiaron de color porque adentro de ellas hay una laguna que solo hace que cada paso que doy sea más pesado, como reafirmando que no elegiría estar en otro lugar más que acá afuera, ensopada por un día de tormenta. Las primeras gotas siempre me molestan; no las aprecio porque considero que arruinan lo que sea que esté haciendo. Pero hay un momento, un quiebre, en el que ya no me importa mantenerme seca y es más, quiero empaparme. Quiero que la calle se vacíe y ver cómo la lluvia se pierde en el río. Quiero que no me importe nada. Así, con esa sensación de total libertad, fue como empecé mi cumpleaños. Un día más, como el resto, porque sinceramente no hay nada que pueda hacer de todo esto más único.
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Es raro leer algo que escribí en enero, a tan solo cuatro días de haber llegado acá. Me parece tan distante, como si realmente hubiese un abismo en el medio. Incluso me siento desprendida de aquello que escribí. De casualidad agarré ese mismo cuaderno hoy. Es de los que tienen “París” escrito por todos lados y dibujos de cosas típicas francesas, como una copa de vino o una baguette; en fin, el cliché siempre aparece, aún en lo cotidiano.
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De París me llevo especialmente las esquinas de las islas que se forman alrededor del Sena. En esas curvas me siento y puedo mirar qué pasa alrededor mío. Ahí, en el medio de la vista panorámica, aprendí qué importante es darse unos momentos enteros para uno. De desconexión; de nada y de todo. Minutos para volver, a dónde sea que a cada uno le haga falta.
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Existe una librería que es muy famosa pero creo que pocos saben que esa no es la original. La verdadera estaba en Rue de l’Odéon, pero la cerraron porque su dueña, Sylvia Beach, se negó a venderle un libro a un oficial nazi (todo esto según me contó Hemingway). Más allá de este dato curioso, existe una librería que tiene libros amontonados; miro hacia arriba y son portadas, lomos de textos que se unen en una especie de espiral literario. ¡Hay libros en inglés! Libros de todo tipo. Es un lugar cálido, con luz tenue, acogedora. Lástima que se llena; la gente hace fila para entrar entonces hay que escapar de allí los fines de semana. Lástima que uno se sienta a leer y hay personas que gritan y que te encandilan con el flash. Existe una librería que se llama Shakespeare & Company que vale la pena conocer, a pesar de las objeciones, los días de sol, la muchedumbre y la tecnología.
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Los franceses tienen un hábito que me encanta: los domingos van en familia, con comida- tuppers- todo- al parque. Van parejas, abuelos, perros, nenes y juguetes. Sea en Parc Monceau o en Bois de Boulogne, los domingos parecieran ser sagrados, y aún más los días que hay sol. Hablando con franceses que se fueron un año de intercambio comprendí que es verdad: seis meses es poco. En ese tiempo uno recién empieza a entender los códigos y costumbres de otro país. Qué tipo de humor tienen, cómo son las amistades, las relaciones. Y es verdad: hay tantas cosas que aún no logro comprender del todo. Entonces no sé si es válido decir que no viviría acá, porque no me enamoré de las personas. Yo me enamoré de la ciudad en sí, pero no sé si eso es suficiente. La volvería a elegir siempre para esto que viví, para esta experiencia. Sé que a ella no puedo pedirle nada más; será porque ya me lo dio todo.
[…] viernes a la noche y todos, todos, disfrutaban en los muelles que dan al Sena, esos que vos llamas “islas” y me quería sumar a su picnic nocturno, a sus risas, sus gritos, sus cantos, sus aplausos. Qué […]
[…] saben lo que me cuesta escribir sobre Sevilla. Cloé les cuenta sobre París como si le fluyera de los dedos pero yo no puedo, porque escribir sobre esta ciudad andaluza que […]