Me senté en su oficina blanca, casi celestial, y muy inocentemente empecé a contarle de mi vida. Había algo que me entristecía, pero tan solo podía percibirlo como una masa amorfa y anónima. Me apretaba la cabeza y no sabía qué era. Entonces empecé a hablar, de mí, de mí, y un poco más de mí. Hasta que ella me frenó y empezó a preguntarme por mi familia, por la relación con mis hermanos. Recuerdo claramente ese instante en seco en el que me pregunté: ¿y esto qué tiene que ver? Si es algo que siento yo, ¿no tengo que resolverlo sola?
A medida que iba contestando sus preguntas, iban cayendo de a poco las piezas de un rompecabezas que aún está a medio hacer. Hasta ese momento, creía que si tenía que cambiar algo bastaba con mirar mis propias acciones, sin tomar en cuenta a aquellos que me circundaban (egocéntrica, yo). Gracias a la insistencia de mi psicóloga, empecé a hilar más fino en mis relaciones familiares y a entender que hay actitudes que no vemos, pero que si nos alejamos y agrandamos el espectro, vamos a entender porqué se generan. Hay creencias, patrones de conducta, impulsos inconscientes, que probablemente se repitieron a lo largo de nuestra historia familiar, viajando por las raíces del árbol genealógico.
Una vez que me cayó la ficha y entendí el impacto de esto, me puse a excavar.
Por momentos me costó mucho: ¿por qué tantas cosas dependen de mi familia? ¿Cuántos kilómetros del tiempo tengo que recorrer hasta encontrar respuestas? ¿Existe alguna forma de encontrar una conjunción entre el pasado que se me viene encima y el presente que me rodea?
Con el paso del tiempo y de las experiencias, empecé a ver con otros ojos quién soy yo y por qué. Vi algunas características con las cuales me sentía atascada, que me privaban de avanzar. Sentí que por mucho tiempo viví en una superficie donde no quise ver qué sostenía determinadas formas de pensar, y de a poco empecé a cuestionarlas. Intuía que el cambio dependía enteramente de mí, de lo que hacía en el día a día, pero esa era tan solo una gota de un mar que se me vino encima. Si yo quiero conocerme más, tengo que antes mirar atrás en las personas que me habitan, empezando con mis hermanos. ¿Cómo se concibió esta imagen de la mujer en mi familia y cómo se espera que seamos? ¿Por qué? A partir de lo que voy aprendiendo, ¿qué elijo para mi vida y qué creencia prefiero abandonar?
La inquietud se iba pronunciado cada vez más y la “búsqueda” evolucionó en diferentes etapas: de entender cuánto me afecta mi familia núcleo, primero en el presente y después en estructuras más arraigadas de mi ser, a caminar más lejos y ahondar en mis antepasados. Quería saber cómo eran, más allá de ese halo de bondad que provoca la muerte. Averiguar a qué obligaciones sucumbieron y qué decisiones tomaron auténticamente (por ejemplo: ¿por qué llegaron al país? ¿querían emigrar?). Uno escucha y repite historias familiares, incluso cuando son admirables, pero siempre hay una especie de distancia que hace que no asimilemos lo que implican. Conocemos sus relatos pero no logramos humanizarlos ni conectar empáticamente. El tiempo, lógicamente, cicatriza y aleja, pero está bueno cambiar los ojos para ver la magnitud de lo que vivenciaron.
Quizás se preguntan, ¿y por qué ahora? El ahora es una casualidad, un capricho del destino, de la vida. Yo quería respuestas, no quería más automatismos. Quería entender por qué actuaba de una determinada manera y cómo influyó la dinámica familiar. “¿Hasta qué punto pude expresarme como lo necesité? ¿Por qué me cobijé debajo de ciertas máscaras?” Gracias a esto, comprendí que puedo cambiar lo que no me gusta, desprenderme de rótulos de los cuales me siento ajena, pero porque pude ver cómo se generaron en primer lugar.
Empecé entrevistando, tímidamente, a mis papás. La forma en la que me contaban de su infancia, lo que omitían, todo, todo ya me decía un montón. ¡La primera oración con la que arrancaban! Siempre traté de encarar la conversación por separado, porque es mucho más auténtico lo que me van a decir y uno nunca sabe dónde terminará la conversación. Seguí con mis tíos, lo cual implicó charlas por Skype y el descubrimiento de mil familiares que no tenía idea de que existían. Cada uno te pinta un matiz de una persona, te regala una anécdota y hace que esa realidad sea más nítida; es interesante ver cómo cambia el retrato según quién lo cuenta. La sensación de descolocar al otro al hacerle preguntas inesperadas también está buena. En definitiva, yo también buscaba secretos, el lado imperfecto y embarrado de la familia. Quería sacarle la ficción al recuerdo.
Cuando uno pone la cabeza y el cuerpo en algo, pareciera que lo atrae aún más, porque entre las diferentes cosas que escuchaba del tema, me hablaron de la biodescodificación, donde a través de fechas de nacimiento (y muerte en caso de ser necesario) y conocimiento de la familia (cómo era cada uno, de dónde vienen, cómo eran las relaciones, abandonos, guerras, lo que sea), se puede analizar qué creencias viajan inconscientemente para que podamos cambiarlas. Nos volvemos autónomos y podemos tomar las riendas para cambiar lo que nos pasa. Hace unos días leí una nota donde se hablaba de que cada uno, a través de sus pensamientos y emociones, construye su realidad que va delimitando quién aparece en nuestro camino. Por ejemplo, si nuestra mamá es algo autoritaria y está muy encima de lo que hacemos, y después entramos a un laburo donde nuestro jefe nos trata de una forma similar, algo estamos haciendo que atraemos a este tipo de personas. Pero el cambio que adoptemos nosotros es lo que detonará una transformación en el otro.
A veces el tiempo nos gana de mano y se lleva a nuestros abuelos, o incluso a familiares más cercanos, arrebatándonos oportunidad de preguntarles sobre su pasado, sus miedos, sus odios, sus amores. Se van y se llevan consigo miles de secretos que antes no tuvimos interés en preguntar. Están ahí, tan cerquita y es loco como con el paso del tiempo, los recuerdos se erosionan y prevalecen muchas joyitas, aunque tengan alguna que otra mentira. Preguntar puede llevarnos a explorar a alguien que creímos cercanos desde un lugar totalmente nuevo, porque vamos a poder entender decisiones que tomó, experiencias que lo marcaron.
Esto todavía no terminó. Abrí una puerta que por momentos me agobia y me cansa. Pero no existe sensación más placentera que saber que de a poco estoy reconstruyendo verdades que por mucho tiempo no quise ver. Pero ahora sí. Ahora quiero entender quién soy, a partir de cómo me influyeron las personas dentro de mi historia, intentando conocerlas un poco más. Quiero elegir, construir, y no caminar ciegamente a través de un sendero que nunca se cuestionó.
Hoy elijo sumergirme adentro del mar y no quedarme flotando en un vaso de agua.
No te pierdas la segunda parte de este post: El árbol de las influencias, armado a partir de los mentores de cada uno de nosotros.