Tenía escrita la palabra en el dorso de la mano, cuando a falta de papel usé mi piel como cuando estaba en la secundaria. Leí un artículo en la oficina y apareció una idea. Antes de que pueda irse revoloteando, agarré la lapicera verde y me anoté la palabra para usarla después. Cloé, al verla, me miró con el ceño fruncido y me preguntó:
– Che, ¿qué onda?
Las letras verdes deletreaban e-n-v-i-d-i-a y confirmé una vez más que los prejuicios que le tenemos son muchos.
*
*
Todos la sentimos. ¿Quién puede decir que en su vida no sintió celos de otro?
Vengo acá con una tarea: revindicar la envidia. Resignificarla, porque a pesar de sus pinches dolorosos, sus apariciones en situaciones definidas y concretas ayudan para responder, de a poco, a una pregunta que nos hacemos muchos:
¿Qué es lo que quiero hacer con mi vida?
(Y sus derivados:
¿Cuál es mi pasión? ¿Tengo una?
¿A qué me quiero dedicar?
¿Hacia dónde voy?)
Escuchar los susurros de la envidia es una de las formas que tenemos para acercarnos a las respuestas. Son indicadores sutiles que aparecen en la vida diaria y que pueden actuar como pistas si los mirás a través del filtro apropiado.
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A nadie le gusta la envidia y a nadie le gusta ser el envidioso.
Primero, la envidia no es una sensación placentera: se gesta de forma casi imperceptible en la cueva del estómago y como una ola, crece y se extiende, atrapa el cuerpo entero. Congela el cerebro, aprieta la caja torácica y hace que el oxígeno circundante se vuelva espeso. Todo se mueve en cámara lenta por unos segundos después del primer coletazo.
Segundo, porque la envidia tiene olor: se huele en otros casi tan fácilmente como se reconoce en uno mismo. Y a nadie – a nadie – le gusta que le detecten la envidia.
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Pero ninguno de nosotros es inmune, entonces empecemos por dejar las cosas claras. Si el ardor de la envidia es inevitable entonces hagamos algo con ella, pongámosla en uso. Podemos intentar ser menos susceptibles al monstruo y que no nos arrastre por los caminos nefastos que sugiere – esfuerzo que creo meritorio hacer, controlarle la mordaza – pero podemos también aprovechar sus pinchazos para preguntarnos:
¿Por qué esta situación o esta persona me está generando envidia?
¿Por qué estoy envidiosa?
¿Cuál fue el detonador de esto?
Y responderlas de a poco, cada vez que aparezcan.
Los pinchazos de la envidia son tan espontáneos y cortan tan profundo porque son fuerza emocional, son puro impulso. Es una suerte porque eso quiere decir que no provienen del mundo racional; son tan veloces que ni siquiera llegan a estar matizadas por la razón. Zac, atacan. Zac.
Distinguir esos destellos es rastrear las migajas sobre lo que realmente queremos estar haciendo o deberíamos estar haciendo. Para personas súper racionales, como yo, la envidia es muy útil: no podemos pasarla por el filtro de la lógica. Su mensaje está abierto frente a nosotros, un animal vivo sobre una mesa de laboratorio, esperando a ser investigado.
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Mi amiga Lu escribe poemas en una servilleta de un bar a la una de la mañana que probablemente sean mejores que cualquiera que escriba yo en mi vida. Su talento es tan potente que le brota a donde sea que lo lleve. Su lapicera dibuja palabras que no podés creer que su cuerpo menudito pudiera retene. Una vez me leyó un fragmento de su diario y era tan poético, las sensaciones estaban tan bien ilustradas, que escucharla era mecerse en la superficie del mar cuando está tranquilo o estar frente a una pintura sin poder moverte de lo que te conmueve. Mi amiga Lu escribe en su oficina textos clandestinos de cinco minutos que dicen cosas como: “Algunos días el agujero negro anda devorándose las pantorrillas de los transeúntes que caminan elegantes como si el mundo les pasara por la barbilla y les dejara un aire fresco después de cada ilusión trunca”.
La envidia y la admiración que le tengo a Lu por lo que es capaz de hacer con veintisiete letras me trascienden pero de la mejor manera posible. Las uso para reconfirmar mi devoción a las palabras, para saber que quiero crecer para algún día usarlas de formas tan elegantes como ella hace. Me entusiasma pero sobretodo me confirma que la literatura es uno de los mundos en los que quiero y en los que estoy destinada a vivir.
No me lo dice la razón.
Me lo dice la envidia.
Esa fuerza que crece dentro de mí como una ola que me lleva puesta. Una ola de pura emoción cruda y potente.
Es ahí a donde tenemos que prestar atención.
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La envidia solo puede ser cruel si la dejamos serlo, si le damos rienda suelta y dejamos que nos emponzoñe. Si la conocemos y le damos espacio sano para que haga lo que tenga que hacer, podemos verla como una pista más hacia nuestro propio despliegue.
Es un cartel neón pequeño que apunta a un lado y dice: “Es por acá”.
La cuestión no es temerle, es resignificarla, saber que podemos elegir qué podemos hacer con ella cuando se asoma.
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Es fácil tenerle envidia a nuestros héroes, quizá artistas o ídolos ya consagrados: están lejos, están living the life, su vida se desenvuelve (aparentemente) sin esfuerzo.
Empecemos entonces por los que están cerca, por los que están acá, por lo local.
Fotógrafos ya armados que hacen obras que amo y que me intimidan y que se separan de mí – ellos pueden, yo no -; admirarlos a ellos es fácil. Ellos son los especiales y yo soy una piba más.
Empecemos entonces por acá cerca.
Yo empiezo: las imágenes que acompañan este texto son fotos de personas cercanas, en términos de redes sociales, a mí: amigos de amigos, ex compañeros de facultad, conocidos de alguien o incluso amigas. Imágenes que encontré de casualidad y que me provocan la misma envidia y admiración absoluta por lo que pueden traer al mundo, con un click de su cámara, que segundos atrás no existía, algo que merece salir a la luz. Fotos que me dan celos y me pinchan. Pero… si ellos también pueden… ¿Por qué no al menos intentarlo?
Ver estas fotos me generan ganas de hacer imágenes propias, de juntarme con amigas que sé que tienen los mismos intereses y crear algo juntas, sin que nadie nos lo pida, sino porque tenemos ganas de hacerlo. Por el placer de traer al mundo algo con el click de la cámara, o con cualquier otra forma de expresión, que segundos atrás no existía, algo que merece salir a la luz.
Así que acá esta. Que esto fue lo que te quise decir, Cloé, cuando me leíste la tinta verde en la mano.
Que esto es lo que pido:
Más envidia, por favor.
*
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