Este post es el primero de una serie de posts sobre Marruecos. El segundo lo podés encontra acá.
Desde Buenos Aires que sabía que iba a ir a Marruecos, por eso me sorprende lo impresionada que estoy después de haber vuelto. Pensé entonces que si ya iba mentalmente lista no tenía por qué sorprenderme tanto. Después de todo, no era el primer país musulmán al que viajaba, ni de cultura tan abismalmente diferente a la mía. Me equivoqué. Fue un shock.
África. África. Digo la palabra, la saboreo en la boca, y suena majestuosa. África, el continente madre, el nido originario de la humanidad. Marruecos me pareció más Medio Oriente que África, pero aún así, la majestuosidad del continente reverberaba en cada detalle. De todas formas, ¿qué digo? ¿qué se yo del Medio Oriente? ¿Y qué se yo de África? A Marruecos llevé mi valija, mi cámara y el estereotipo imaginario de lo que me encontraría: arena, turbantes coloridos, camellos.
Me es difícil escribir sobre Marruecos porque, a pesar de estar de vuelta en Sevilla, sigo inmersa en lo que fue la experiencia. Aunque no esté físicamente allá, sigo decantando, sigo procesando lo que significó, y me parece que voy a seguir en esta nebulosa un tiempo más. Más allá del viaje en sí, siento que conocer el país marroquí fue fundamental para el crecimiento que estoy haciendo. Estoy convencida que estar de intercambio es una experiencia que cada uno atraviesa de forma diferente, individual y personalizada, porque uno se enfrenta con cosas que tiene que superar pero que son propias. Cada una de las cosas, personas, conversaciones, lugares, desafíos que se cruzan en el camino no son casualidad, si no que tienen un significado personal para cada uno, que aparecen por algo.
Los desafíos son distintos para cada uno. Quizá es aprender a apreciar más a la familia, o darse cuenta de que el lado para el que estábamos tirando en Argentina no es el que realmente queremos. Quizás es aprender a estar solo y enfrentarse a uno mismo, pero de verdad, encontrarse íntimamente. O quizá es aprender a estar con alguien, en una relación estable. Yo no sé qué estoy aprendiendo pero estoy segura de que tiene que ver con qué es lo que quiero hacer de mi vida después de la facultad. Qué significado quiero darle a todo lo que estoy asimilando, qué es lo que quiero hacer con todo lo que soy y que puedo dar. Mi misión en la vida, digamo. Sencillito. (Uf.)
Mientras sigo procesando eso, les escribo de la experiencia en sí de Marruecos, que muy probablemente es lo que querían leer:
Nos anotamos para ir con un grupo de Erasmus (la comunidad de estudiantes que están de intercambio). Eramos noventa y dos jóvenes en total que cruzaríamos el estrecho de Gibraltar para llegar a África, de los cuales el cincuenta por ciento eran mexicanos. Eramos mayoría hispanoamericana, pero los europeos que viajaban con nosotros estaban chochos. El viaje estaba todo organizado; lo único que requería de nosotros era estar presentes a la hora que nos pedían los organizadores y ya estaba. Todas las actividades del día estaban planeadas y cronometradas, inclusive las comidas. Eso había sido lo que quería. Quería ir a Marruecos y no tener que pensar en temas logísticos (precios, hospedajes, transportes, seguridad, etc.). Quería que me llevaran de un lado para el otro. Averiguar y armar todo un viaje de cero es agotador, y estaba cansada.
Hacía mucho tiempo que no viajaba así, en grupo. Este viaje se divide en dos grandes partes igualmente importantes: 1) la de conocer Marruecos, ya de por sí algo bastante pesutti, y 2) la de viajar en grupo, con todas sus ventajas y sus desventajas. Tengo muchas cosas para decir de ambas pero hoy solo voy a hablar de la primera.
Viajando a Marruecos me di cuenta de que pisar África significaba que solo me queda un continente por conocer. (Oceanía, esperame que ya voy.) Es un país musulmán, cuyo primer idioma es el árabe y el segundo el francés, por haber sido un protectorado de Francia. El español también es un idioma con el que se puede manejar, porque el norte y el sur fueron protectorados españoles. Su moneda es el dirham. Está a catorce kilómetros de Europa, una distancia muy corta para algunos, y muy larga, imposible incluso, para otros con menos suerte.
Pasamos horas y horas y horas en autobús. No recuerdo la última vez que disfruté tanto de viajes tan largos. Últimamente, mis viajes estuvieron ligados más que nada al avión como medio de transporte principal. Me fascina moverme por tierra. Además de ver fragmentos de la vida africana (!!!) también fue un tiempo y un espacio para reflexionar, pensar, escuchar música, disfrutar del paso del tiempo mirando los cambios de luz de los rayos del sol, de charlar con otros, esa complicidad risueña que compartíamos todos, pronunciada aún más por ser un autobús lleno de latinos (peligroso siempre, pero sin duda un espectáculo).
Recorrimos una vasta extensión del país, y fue una de las cosas que más disfruté. Aunque significó estar mucho tiempo en bondi, ver el paisaje marroquí cambiar desde la ventana fue fundamental para poder aprehenderlo un poco más. Me ayudó a entender cómo es que la tierra podía convertirse en un desierto cuando en el norte todo es verde. Desde la ventana del autobús vi muchísima variedad: bosques, playas, desierto, dunas de arena, campos verdes, tierra roja, seca, rocosa. ¿Cómo puede un país abarcar tanta disparidad?
Atardecía, y por la ventana se movía un paisaje que no era el que yo había imaginado para África. (¿O eramos nosotros que nos movíamos?) Montañas y vastas llanuras verdes, que se extendían por ambos lados del autobús, hasta el horizonte. Flores, de a ratos. Figuras miniaturas trabajando en el campo, muchas de ellas mujeres, arreando las vacas o las ovejas, ocupadas con el cultivo. Algunas casas. Mucho, mucho espacio de una vegetación africana verde y frondosa. La miraba y desde el autobús, desde el movimiento, me daban ganas de estar ahí acostada, rodeada de toda esa naturaleza, tan conocida pero tan distinta al mismo tiempo, puesta en un nuevo contexto. De esa quietud.
El sol se puso, y fue un espectáculo. La desperté a Mechi que dormía contra la ventana porque tenía que ver el cielo, rojizo, con una montaña recortada en negro en el fondo y el reflejo plateado de un lago cerca de donde pasábamos. Me pareció ver la figura de una persona en un barco, una sombra negra delineada entre el plateado, a lo lejos.
– Nunca me imaginé que iba a estar andando en bondi por África – le dije a Mechi, apoyada sobre su regazo para poder ver todo desde la ventana. Y además de estar recorriéndo África, contemplaba todo ese paraíso del otro lado del vidrio. La naturaleza viva, el mundo expuesto solo para mis ojos. Intentaba imaginarme cómo todo eso que veía podía convertirse en desierto, y me parecía imposible. Pude entender a la África como espacio fértil, y no como seca, ni yerma, ni desierta; entenderla como madre, como lo fue en un principio, aunque lo olvidemos, la madre de todos.
qué felices se las ve!!!!!!!
que mechi deje de dormir
Desde la ventana del autobús vi muchísima variedad: bosques, playas, desierto, dunas de arena, campos verdes, tierra roja, seca, rocosa. ¿Cómo puede un país abarcar tanta disparidad?
¡PERO SI EL TUYO TIENE TODO ESO Y MÁS!
quiero el 2do!!!
me gusta la version video tmb! pero deja el paco shapiii jajaj
[…] Este post es el segundo de una serie de posts sobre Marruecos. Podés encontrar el primero acá (incluye video re copado). […]