Hace unos días, en un intento de expresar lo que me pasaba con el intercambio, le dije a un amigo:
– Siento que mi vida es un libro, y que se está terminando un capítulo y está por empezar otro.
El capítulo que se está acabando se llama Buenos Aires, y el que le sigue, el que está por descubrirse, El Viaje. Y entre ellos no se tocan, no hay superposición: uno empieza solo cuando el otro termina. Por eso, hasta el último momento posible, estoy intentando no mirar las páginas que siguen, no quiero espiar lo que se viene. Al revés, ansío disfrutar de estos últimos párrafos bonaerenses lo más que puedo, llenos de símbolos y detalles que ya conozco desde hace veintiún años.
Me siento un poco nostálgica mientras escribo estas líneas arriba del avión que me va a llevar a Madrid. Nunca creí que me pasaría esto de sentir nostalgia. Yo no extraño. Yo me regocijo en alejarme sin pensarlo dos veces y en sumergirme de lleno en otros lugares. Entiendo la nostalgia en otro, pero no en mí. Es una sensación rara, pero qué se yo, no es mala. Es la sensación de estar leyendo algo que te gusta tanto que te da pena cada párrafo leído porque es un párrafo menos de lo que queda. Y, desde el avión, Buenos Aires se me está escurriendo entre los dedos, me está dejando, y yo la estoy dejando a ella.
Detalle no menor: estoy escribiendo estas palabras en un cuaderno que me regaló una amiga hace meses. La tapa es un mapa de Buenos Aires. ¿Coincidencia? No creo. ¿Sorpresa? De una. Me está persiguiendo. Nunca entró en mis planes que me cueste tanto dejar Buenos Aires.
Ay, ay, ay. Me permito flotar en este estado nostálgico hasta aterrizar, no más. No, mentira. Hasta salir del aeropuerto. Sí. Ese va a ser mi punto de inflexión, ya lo decidí. A la salida de Barajas, doy por terminado el capítulo Buenos Aires. Ahí, al salir, le digo Chau, le digo Gracias, y me desligo de ella.
Aterrizo. Busco mis valijas. Escucho Lana del Rey en el iPod, y floto. Sigo las indicaciones de los carteles de salida y salgo. Lo veo a mi tío a la distancia esperándome; está abrigado con un tapado negro y largo, y siento el frío español. Me abrigo yo también con esa campera que me acompañó inútilmente desde Buenos Aires y São Paulo pero que tan bien me viene ahora.
Sí. Ya está, ya se nota.
Empezó el nuevo capítulo.
Anécdotas graciosas del viaje (o porahi no tan graciosas, pero me dormí todo el viaje, entonces son las únicas que tengo):
- Hice escala en Sao Paulo, y lo sentí como un último saludo antes de partir. Fue sentir que me visitó Brasil, un vecino que también quiso figurar, entre sus pao de queijos, sus colores estridentes. Los brasileros son tan deliciosamente conspicuos, me encantan. Aligeraron la partida, la hicieron menos drástica. Buenos Aires, casa – Brasil, Sudamérica aún – Madrid, hola Europa je no sé si estoy preparada para ti pero bueno acá voy.
- En el vuelo a Madrid ofrecían medias. ¡Medias! Sigo sin superarlo. Me pareció muy tierno.
- Casi fui víctima de un secuestro de asientos. Encontré a un amigo sentado en mi 29A, mi lugar divino, al lado de la ventana. Tuve que mostrarle el pasaje para asegurarle que el asiento era mío, como si fuera yo la que estaba en falta, mientras él me ojeaba con desconfianza. Pobre. Se notaba que realmente quería la ventana. Pero bueno.
Comentario
“may the sun rise to meet you…………………………………………….in the palm of his hand”
Lo de gozar desde el vip lounge de American y luego perder tu celular ANTES de subirte al avión no cuenta como anécdota divertida… o entra en la parte en la que estabas dormida?? je
Saludos a los primitosss!!!
Espectacu Shaps!!!!!
Te leeré todos los días! (O bueno, cuando postees)
Cuidate!!!
P.D.: No existe ser más conspicuo que vos.
[…] algo: desde que llegué, no me pude separar ni un minuto de Buenos Aires. Mentí. No es posible cerrar un capítulo y abrir otro nuevo. No porque no quiera, si no porque simplemente no es posible. Llevo a Buenos Aires en la sangre como […]
Pero bueno.
#MaBene