Son las seis menos veinte de la mañana y estoy tipeando lo que no me deja dormir. Hay algo en mi inconsciente que está calibrando mi cuerpo como si estuviese por correr una maratón. No me importa nada y me sequé el pelo y me puse de malhumor porque no encontré hilo dental y la casa está a oscuras y ni siquiera mi diario puede contenerme.
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¿Le digo bruja, vidente, mujer del más allá? Algo de la primera palabra me hace sentir prejuiciosa, pero quiero tomármelo así, como si fuese un juego y que las palabras que me dijo hayan sido más ficciones que de este plano.
Rubia con el pelo erizado y una cara que parecía de plastilina. La puerta de la reja estaba abierta, su casa olía a perro y abajo estaba el marido que me cobró y me dio un número; todo un negocio.
Me hizo abrir un mazo de cartas en dos, como creando dos piloncitos, y después las abrió a todas en un gran abanico formado de tres filas. Escupía las palabras como truenos, por momentos inentendibles y yo me sentía uno de los perros de plásticos que están en algunos taxis que le dicen que sí a todo.
Dos viajes, una mudanza, un familiar que no está feliz y otro con problemas circulatorios, un morocho alto que me mira que aparentemente era la K de trébol del primer pilón, un “Miguel” con quien voy a tener una relación laboral, ojo con hacer un emprendimiento con un amigo, y que no cuente el resto porque sino, no se cumple.
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El ascensor de la casa de mi psicóloga estaba roto, así que terminamos en un café cerca de su casa que rebosaba olor a papas fritas y música de Aspen, la 102.3. Hablamos de estar en el medio, un lugar en el que suelo caer y no sé cómo manejarme. Me dijeron alguna vez que es algo muy típico de mi signo zodiacal, pero por ahí son excusas y si siempre termino en la misma, será que tengo que aprender de eso. Negarme no me lleva a ningún lado.
También lo puedo identificar en el resto; vendría a ser la situación en la que uno está tan amarrado por ambos costados que cae en la amenaza de no tomar decisiones propias. ¿Vale la pena perderse para intentar complacer al resto?
No me quiero ni dignar a responder. Y si seguimos con el tema astrológico – al menos a modo anécdotico – como un dragón o una tetera que está por hervir, hay un momento en el que el desgaste emocional me termina superando y sale la parte ariana de mi carta astral; la que tiene carácter fuerte y contesta sin pensar.
Realmente es un desafío frenar cuando uno está entre dos lados que tiran para direcciones totalmente diferentes, con visiones y ambiciones contradictorias. Es difícil levantar la bandera blanca y pedir unos minutos para reflexionar, escuchar mi opinión y expresarla.
Pero si no lo hago, no existo. Y no me voy a limitar a ser un puente de madera.
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Soy transparente, más de lo que me gustaría. Lo veo en mí y en mi familia; es un rasgo transversal que demuestra que estamos cortados por el mismo cuchillo.
Explícame entonces: ¿cómo disimulo mi tristeza? ¿Con qué cara vivo lo que no me entusiasma?
¿Existe algún manual que me ayude a transitar momentos que están más allá de mi comprensión/alegría?
Igualmente, si hubiese alguno, no sé qué tanto uso le daría.
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Los domingos a la tarde existen para que podamos ser amebas, como también para visitar a los abuelos. Mejor hablo en singular y femenino, porque solo tengo una.
“Demencia senil” vendría a ser el eufemismo primero, y su lenguaje hoy es la síntesis entre varios idiomas que alguna vez la hicieron una mujer políglota.
Hoy la veo con los ojos perdidos, contando los autos que ella ve sobre la avenida. Uno, dos, llegamos a treinta, treinta y uno, volvemos a once. Mi tío es su hermano, yo no existo en la realidad en la que vive, y en verdad nos encontramos todos en una ficción, porque ella también dejó de ser quién era.
No me enoja, pero qué impresionante – o terrible – que es ver cómo una enfermedad puede traer al mundo a otra persona, totalmente diferente de la que era. Hasta las palabras que la definían antes tienen un sonido alegre: rebosante, rimbombante. Dulce, alegre, supersticiosa, madraza. De esas que envolvían todo en servilletas (intuyo que detrás de esto hay algo poco inocente o parte de un pasado migratorio difícil) y que saludaban de la manera más exagerada a los taxistas o a quien fuere. Me leía siempre la borra del café y entre lo que veía siempre había “mucho viaje, mucha plata, un corazón grande”. Eso último es lo que conecta a ambas mujeres; hay cosas que no se transforman ni se pierden.
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Son las seis y monedas, casi y diez.
¿Podré dormirme ahora? ¿Me descargué lo suficiente?
¿Cuántas mujeres me atraviesan? ¿Tiene sentido lo que dije? Así funciona mi mente en vela; todo un misterio.
niceee! 🙂