No me gusta el frío pero este otoño me enternece. Las hojas de algunos árboles sangran en distintos tonos, pero hay otras de color del mango, verde y naranja. Mañana quizá sangrarán ellas también. ¿Cómo frenar el tiempo? Si agarro una, la meto en un frasco de vidrio y la alejo, ¿quedará roja o se pondrá vieja? ¿Quedará inmune al paso del tiempo, mi pequeña hoja color mango casi roja, casi madura, casi mujercita?
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– No quiero olvidármelo.
Me lo dice entre sorbos de vino. Levanta la copa, empañada y sucia, y toca el líquido con los labios. De fondo: luces de colores, banderines, cháchara, bocas que tocan otras bocas, una rubia comiendo pizza. Cloé está en su salsa y la noto más alta, con el pelo suelto y la espalda recta. Habla como una adulta de veintidós años, que es un tipo de adultez que me gusta mucho.
Pruebo mi vino y pienso que me encanta esto. Esto. No el gusto ácido del tinto porque deja mucho que desear, pero este momento, esta sensación de tomar vino con mi amiga en un lugar que no conozco, una noche de miércoles, viéndola tan grande y tan chica al mismo tiempo, hablando con esa postura erecta y esa bufanda gris.
A la salida se me vienen a la mente esos artículos que inundan Internet – 10 cosas que le pasan a todos los veinteañeros o Cosas que no te dijeron sobre tener 23 – y me siento por este momento, corto como un pestañeo, adentro de ellos, un ítem en su lista. Así se siente. Mi cuerpo descansa cálido en la actuación del cliché y deja que se desenvuelva.
Nos vi en el reflejo de un vidrio, tan diferentes a quién éramos y tan iguales, y me sentí feliz, tan dueña de todo lo que está pasando.
Todo esto es mío. Toda mi vida es mía.
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Domi y Santi y yo lo vimos, cada uno por su cuenta, en distintos momentos del día. Sobre la vereda, un árbol calvo, erigido firme y noble por encima de una alfombra de hojas amarillas. Cientos y cientos de hojas del tamaño de la palma de mi mano amontonadas, un colchón y todas amarillas, ¡amarillas! pero no cualquier amarillo, si no que amarillo patito.
La víctima del otoño tenía nombre: Gingko biloba. Es uno de los tipos de árboles más antiguos que hay y sus hojas, las del tamaño de la palma de mi mano, tienen forma de abanico.
Le saqué una foto. Frené en mi caminata, busqué mi celular y probé distintos ángulos para ver cuál representaba mejor el momento que me quería apropiar, el de un árbol – un Gingko biloba – que tuvo la belleza y la dignidad para hacerme frenar en seco.
Ahora me pregunto si es que ese árbol era excepcional o si es que no miro lo suficiente y me pierdo otras delicadezas. Voy a estar más atenta a ver si más cosas me encuentran que me hagan buscar el celular.
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Me confundí. ¡Es invierno! ¡Ya es invierno!
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Estoy en Buenos Aires en un invierno que no es otoño y el mes de julio se sorprende de verme acá y no en Barcelona, pero los planes que vienen se van: se mezclan y forman nuevos. Aterricé de vuelta a casa hace casi un mes y me alegra decir que a pesar del frío, estoy contenta.
Me burlé de todos antes de irme al otro lado del océano dos meses atrás y grité a los siete vientos que me escaparía del invierno y sin embargo acá estoy, con bufanda, medias largas, chupando el calor de la estufa como todos los años. Llegó un julio frío y no de verano, mi plan se armó y se desarmó y perounminutosiyallegó julio, ¿a dónde quedó enero?
No. No se confundan: sé perfectamente a dónde quedó enero. Quedó en el febrero, en el abril y en todos los meses que se moldearon para que el día de hoy llegue y yo esté sentada en mi cuarto de Buenos Aires y esté escribiendo esto. Quedó en todas las cosas que hice y que me animé a decir y que vi y que transformé en algo mío, porque estamos todo el tiempo transformando y transformándonos, todo el tiempo en movimiento.
Y julio, séptimo mes, segunda mitad del año, te quiero decir una cosita antes de que te vayas, antes de que desaparezcas por la puerta de atrás sin que me dé cuenta porque sé que sos escurridizo. Quiero que tengas bien en claro que sé perfectamente dónde estás vos también, sé que sos frío y que sos parte del año y que estoy en Buenos Aires, que sos el quiebre en el año donde las hojas caen y colorean las calles para dejarle lugar a las flores, que sos el frío entre los calores, que sos un mal necesario para la primavera que amo pero a la que no amaría tanto si no pudiera contrastarlo con vos.
Quiero que sepas y no te olvides ni por un segundo de que de la misma forma que sos parte del paso del tiempo y de que el tiempo está pasando, yo también le estoy pasando al tiempo, nosotros le estamos pasando al tiempo y lo estamos transformando, lo estamos moviendo, siempre. Siempre.
Shapita querida,
Me encantan todas tus postales pero esta es la que me encanta mas que todas! Te leia y senti lo mismo que vos sentiste cuando compartiste ese moemnto, esa copa de vino con Cloe: tan grande y tan chica al mismo tiempo! Me parece que tus lineas hablan desde la trasparencia de tu corazon y me encanta como nos dejas verte crecer con tus historias!
Aparte es el primer post en el que mencionas a tu familia, increible!
No dejes nunca de ser quien sos y de compartirte con los demás. Si pudiera sacarte una foto en este momento tambien pararia mi anda para buscar el celular!
Te quiero!
Yanina! Durante los relatos del intercambio re mencioné a la familia, no seas mala… que no los hayas leído en su momento no significa que no estén! (Es más, lee el comentario de Mich en el post ‘Despedida’… mwahaha).
Gracias a vos por leer y por las cosas que decís. Saber que lo haces y que te gusta me llena de varias #emociones. Te quiero más más más y gracias por estar♥
Excelente! Saboreo cada palabra de esta página y vivo mi sueño de haber sido escritora a traves tuyo. Adelante! 🙂
Hola Solange!!! Gracias. No puedo decir más: gracias, gracias, gracias. 🙂 ♥