Intento encarar esto desde mil lugares diferentes pero siempre termino estancada, tipeando una palabra detrás de la otra. Consonantes acompasadas, por poco estranguladas entre sí, pero de ninguna emana sentido.
Será porque escribir sobre lo que tengo adentro, me cuesta. Y mucho.
Es enfrentarse – cruda y descaradamente – con lo que uno lleva en el interior. No hay lugar para la mentira, porque sino reinaría una hipocresía vulgar. Las palabras caen sobre el papel, y con ellas, se marchitan también las capas que nos cubren y nos distraen de lo que realmente nos sucede.
Yo escribo para verme.
Las palabras tienen la capacidad de influir y condicionar muchísimo la manera de sentir, de pensar, porque nos ordenan: actúan como rótulos, que probablemente luego se transformarán en creencias, y por eso es fundamental saber elegir las correctas, logrando un balance entre la sinceridad y la compasión con uno mismo.
Shari hace poco escribió sobre la vulnerabilidad, y desde hace un tiempo que me insiste que vea unas charlas TED sobre Brené Brown, una estadounidense que se define como “vulnerability researcher“ (investigadora de la vulnerabilidad). Tuve esos videos haciéndome luces hace varias semanas en mi Facebook, pero hace muy poquito me digné a verlos. Y me volaron la cabeza.
Brown habla de la vulnerabilidad de una forma sencilla y directa: explica cómo todos tratamos de adormecerla – por ejemplo cuando pretendemos ser algo que no somos, o cuando buscamos ser perfectos – porque tenemos miedo de que si nos mostramos vulernables, no seremos merecedores de “conectar” con el otro.
Nuestra vulnerabilidad – en definitiva – es la prueba más cruda e íntima de que estamos vivos. ¿Por qué entonces nos avergonzamos de ella? ¿No es, al contrario, un tesoro?
Entre verlo en un video o leer las palabras de un post, y que logren impregnarse en nuestra sangre, hay un largo camino por recorrer. Porque entender que nuestra vulnerabilidad no es algo que debería permanecer oculto y encerrado, sino que es un océano en el cual deberíamos sumerginos, por momentos es movilizador, incómodo. Y puede dar miedo. Hay veces que siento un dolor en mi panza, como si tuviese mil cuerdas que tiran para direcciones diferentes, y soy consciente de que aquella sensación punzante se crea por todo lo que retumba en mi cabeza. Tengo una brújula, mareada, que no sabe para dónde señalar, pero el dolor ya es un indicio de que no puedo esquivarlo.Y acá es donde se inmiscuye la escritura.
Escribo y me conecto conmigo misma de una forma muy personal, porque las palabras se convierten en el espejo más sincero. Me permiten volcar lo que me hace vulnerable, sin tapujos ni vueltas, y al quedar grabadas, puedo verme, y reconocerme.
Pero no voy a quedarme solo con eso, no. O quizás es una puerta, para adentrarme en el verdadero desafío: mostrarme realmente cómo soy, con todo lo que me hace vulnerable – me corrijo: con todo lo que me hace – a otro.
Cloé: me encantó tu espejo de papel…….