Cuando llegué a Génova decidí no tomar clases de italiano, aunque sabía que no era un idioma fácil. Las escuelas costaban más de lo que ganaba como sueldo, así que: ja ja ja. Lo aprenderé en la calle, pensé, y con esa plata me compro toda la passsta, la pizzzza, lo spritz. Fue una buena decisión porque después de siete meses manejo un italiano que provoca catástrofes pero que de vez en cuando se ilumina y puede conjugar el subjuntivo.
Vivir con una familia italiana, obviamente, ayuda. Aunque mi trabajo de au pair implique cuidar a los chicos y hablarles en inglés (excepto con el más pequeño: con él me comunico como puedo) hay momentos durante la cena o en las interacciones diarias donde se expresan con su lengua natal, y es en esos fragmentos donde afino el oído y presto atención.
A medida que mejoro mi italiano con Vale, el muchachito al que cuido, el suyo empeora. La mamá lo descubrió cometiendo errores violentos y yo no sé dónde esconderme. Dice, por ejemplo, bevere en vez de bere, del verbo de beber.
Pinocho, Los tres chanchitos, El vestido del emperador, Peter Pan, Jack y los frijoles gigantes, Rumpelstilkin... Estos son los libros que leo en Italia, una y otra vez. Mi profesor es arbitrario y un poco dictador pero porque tiene tres años y no sabe – o al menos no tiene muy en claro – que me enseña italiano. Se lo digo pero no me entiende. (Lo difícil de ser au pair – que entre otras cosas incluye la responsabilidad enorme de mantener el corazón de un niño latiendo – es que tenés que darle órdenes a un chico en un idioma ajeno. ¿Cómo hacés?)
Los libros infantiles son claves. Yo que siempre hablo de libros de libros de libros, ¿cómo no pensé en esto antes? ¡La magia, la belleza, la profundidad de los libros dirigidos a los chicos! (Aunque encontré algunos que son muy turbios…) Estoy haciendo de Vale un lector voraz: durante la primera etapa leíamos al menos tres libros por día, normalmente porque le gustaban, pero más que nada porque yo lo necesitaba. Le saqué más uso yo que él; esos libros fueron el material perfecto. ¿Qué hacemos leyendo libros de grámatica para aprender un nuevo idioma cuando podemos leer los libros de nuestros hermanitos? ¿Qué mejor forma para conocer los colores, los animales, las partes del cuerpo y las de una casa, la conjugación de los verbos? Apuesto a que nadie en una clase de italiano aprende la traducción de avestruz o de excavadora. Yo las sé. El uso que tendrán está por verse. El lado oscuro de este método didáctico es que cuando conversás con adultos, tu vocabulario está seteado en versión diminutivo y apto para todo público.
Y después está “la calle”. Pedir indicaciones, comprar en el supermercado, tomar un café… Todas estas interacciones, por más pequeñas e inimportantes que parezcan a primera vista, tienen su valor. Por ejemplo, saber que al disculparse ante un joven se dice scusa pero es mejor el scusi si es ante alguien mayor.
Además, saber maniobrar en estas interacciones no es tan fácil…
El exprimido de naranja acá se llama spremuta. Era solo cuestión de tiempo a que pidiera una spermuta, y cuando pasó, el Tano escupió lo que estaba tomando y se enterró abajo de sus carcajadas. Pero dale, ¿quién puede ponerle ese nombre tan límite a un jugo inocente?
Otra vez una cajera en el supermercado se enojó conmigo porque yo no entendía lo que me decía. La fila se nutría atrás mío y ella seguía retándome. Cuando me dejó tiempo suficiente para responder, le acribillé un Non sono italiana! y se calmó. Debajo de mi piel, obvio, flotaba un leve orgullo de que no había notado mi extranjerismo. Casos como ese son excepcionales, tristemente. La mayoría de las veces saludo con un Ciao y ya me preguntan de qué parte de España soy.
Este país tiene la costumbre espantosa pero útil de doblar todas las series de televisión y las películas. Confieso que vi Truman, la peli argentina, doblada al italiano. Haberlo escuchado a Ricardo Darín pelearse con insultos tanos es una experiencia que no sé si voy a poder superar, pero con el tiempo, y aunque me dé verguenza admitirlo, uno se acostumbra y no le molesta tanto. Después de dos, cuatro, siete pelis en italiano, el oído también se habitúa e incorpora de forma inconsciente algunas lecciones.
Al mes de llegar, después de empapelar los sitios digitales ofreciendo búsquedas de trabajo, tuve mi primera conversación telefónica en italiano. Mi celular se alumbró con la llamada de un número desconocido que empezaba con 39 así que respiré hondo y me preparé.
-Pronto?
Una voz de hombre me preguntó si era Sharon y otras cosas incomprensibles.
-Scusami, ma non capisco tanto l’italiano, puoi parlare più piano, per favore? (Disculpame pero no entiendo mucho el italiano, ¿podés hablar más despacio, por favor?)
Habló más lento y sus maraña de cosas inentendibles pasó a tener más lógica, a adoptar una linealidad y a separarse en palabras coherentes. Casi ocho minutos duró la conversación laboral que establecí con un director de coreografía que quería añadir a su negocio de danza el servicio de páginas web. No duró mucho más que eso. Escucharme lo desinfló un poco, pero… ¡ocho minutos! ¿Qué tan capa soy?
A los dos meses de llegar, tuve mi primera entrevista de trabajo cara a cara en italiano. Conseguí el colloquio después de mandar avalanchas de mails y que una agencia haya pescado mi carnada. La primera mitad de la entrevista tuvo lugar en italiano y la segunda en inglés, quizá porque el que conducía la entrevista me vio salivando con la lengua afuera de tanto esfuerzo. Salí del edificio sintiéndome invencible: para bien o para mal, haber pasado por eso era motivo suficiente de festejo.
Más que nada, la verborragia que tengo desde siempre y en cualquier idioma sigue intacta. Mi táctica para aprender el italiano es vomitarlo todo, inventar las palabras, sacarlas de las nubes, distorsionar las que usaría en español y meterles unas cuantas íes y zetas y esperar a embocarle a algo. A veces funciona. La mayoría del tiempo no. Pero al menos puedo poner “Italiano nivel intermedio” en mi currículum y saber que no estoy mintiendo, a diferencia de lo que hacía cuando llegué…
Jajajajaaaaa excepcionale