Pululeando por Facebook, leí una lista sobre las cosas que identifican un intercambio en París. La verdad, es que acertó en todas.
Escribo algunas, las que me acuerdo:
1) Al principio, vas a querer hacerte la catadora de vinos, pero vas a terminar siempre comprando el que cuesta 2 euros (en nuestro caso, siempre vamos por el recomendado por Carrefour, que es el más barato; ya es hit, especialmente cuando lo llevamos a eventos y nos olvidamos de sacarle la etiqueta que dice que es el sugerido por nuestro supermercado).
2) Vas tener una opinión muy desarrollada sobre cuál preferís, entre el Brie y el Camembert. A mí me costó identificar la diferencia en el sabor, pero una vez que uno se pone exquisito y lo nota, there’s no going back. Camembert, eres el gran elegido. (No voy a incluir a los quesos de cabra porque sino, la discusión no termina más).
3) Te vas a hacer muchos amigos- pero muy, muy pocos serán franceses (si es que los hay). La verdad es que sí, conocimos muchos franceses que eran re buena onda, pero es difícil desarrollar ese tipo de complicidad que conduce a la amistad. Antes de llegar, ya había escuchado de todo: que eran fríos, que no se abren, y blablabla. No es tan así, y tampoco hay que generalizar. Pero es verdad que por un tema cultural, nos rigen otros códigos. VAMOS AMÉRICA.
4) Vas a llegar pensando que vas a hacer todas las cosas turísticas en la primera semana…. Todavía no entré al Louvre.
Y la lista seguía; entre otras cosas hablaba de que uno no termina aprendiendo tanto francés como espera y que no toca un libro.
No quiero ser fatalista, pero no puedo evitarlo. ¿Será un mal de todas las mujeres?
Me pongo algo triste cada vez que pasa un nuevo mes. Y en este caso, es rara la sensación de que está por terminar esta primera parte, que era la de la vida universitaria. Chau SciencesPo. Obvio, parte de mí está feliz porque es verdad que me exigieron más de lo que pensaba o de lo que hubiese querido. Pero poder ver una universidad parisina puertas adentro, con todas sus tradiciones excéntricas, fue un lujo. Además, es la excusa para vivir acá y estar de local.
A partir de acá, cada uno ya de a poco, va tomando otro rumbo. Quizás no nos encontremos en el metro o en las Tuileries, sino en Buenos Aires (ya me deprime). ¡Ah! Qué fatalismo innecesario. Basta. Lo vivido, hasta acá, fue mágico. Mucho es mío, solo mío, y hay cosas que quizás, estando acá, tampoco puedo identificar claramente. Pero simplemente, uno no deja de aprender, de experimentar.
Ro me mostró las cuatro reglas de espiritualidad india, y me encantaron. Básicamente decían que todo pasa por algo; nada es casual. Las personas que se cruzan en nuestro camino aparecen por algo. De algún modo nos inspiran, nos inducen un cambio. Quizás nos marcan un camino que no teníamos en mente. Porque en definitiva, la vida siempre funciona así: cuando pensamos que tenemos todo claro, nos empuja y nos lleva a otro lado.
Todo pasa en su momento justo. Y cuando algo termina, es porque debe ser así, aunque cueste afrontarlo.
Siento que este es un post auto ayuda- me rehúso a seguir.
La vida sigue. Viví tres meses inolvidables y no pudo empezar a imaginarme lo que aún me toca vivir- donde sea que deba ser.
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Voy a hacer una compra al por mayor de desodorante y la voy a distribuir gratuitamente por las calles. Acá son todos muy pipí cucú y se visten divinamente, pero ALGO-ESTÁ-FALLANDO en lo que respecta a la higiene personal.
Y algo más: ¿por qué hay tantos baños compartidos? ¿POR QUÉ?
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Esta semana leí otra lista de cosas que uno debería hacer, pero solo. Entre otros, aparecía ir a un recital; el 22 de junio les contaré cómo me va en esa experiencia. Ya tengo mi entrada para ver, sola, a los Rolling Stones en Roma (NO ME ALCANZAN LAS MAYÚSCULAS NI LOS !!!!! PARA EXPLICAR LO QUE SIENTO CUANDO LO DIGO).
Además, figuraban las siguientes: viajar, comer en un restaurant, ir a una fiesta, quedarse en un hostel. Sin compañía, o más bien, solo la tuya.
Me intriga. Me propuse viajar sola y sé que lo voy a hacer antes de volver. Es un desafío constante, desde sacarse esa sensación rara de sentir que todos te miran porque estás comiendo solo, a encontrar la forma de no aburrirte. Y de llegar sana y salva a donde quieras ir. Pero tampoco hay horarios ni itinerarios. No hay mapas, porque cuando uno se pierde, muchas veces termina encontrando mucho más. No hay condiciones ni compromisos. Sí hay lo que yo quiera.
Nunca fui sola a tomar un café, o un vino. Voy a arrancar ahí, y después les digo cómo me va. (Si estoy solari en un bar con un vino en mano, voy a parecer que estoy de levante. Se arranca por ahí, sacándose eso de la cabeza; egocéntrica yo que pienso que todos van a estar pendiente de lo que hago, si acá nadie me conoce).
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Me encantan las plazas. Creo que descubriéndolas, uno termina conociendo al lugar más de lo que piensa. Hay pocos turistas y muchos vasos de plástico llenos de cerveza o vino. Hay bocas moviéndose por todos lados; bocas que tocan otras. Hay libros con hojas dobladas. Hay ojos achinados que se protegen del sol. Hay pies descalzos. Hay ganas de no pensar- no pensar más.
clotilinda
Increiblee!! “Lo vivido, hasta acá, fue mágico”.. me encanta como pensás Cloee!!
[…] sí, como avisé en el post anterior, terminé la etapa Sciences Po (así se llama mi universidad). Nosotros estábamos seguros que […]
[…] saben lo que me cuesta escribir sobre Sevilla. Cloé les cuenta sobre París como si le fluyera de los dedos pero yo no puedo, porque escribir sobre esta ciudad andaluza […]