Dos verbos que a veces – más de las que me gustaría – se diluyen y vuelven intercambiables. Escribo, no freno, algunas oraciones confunden, otras se convierten en esqueletos, pero siempre, siempre, estas dos palabras se repiten incansablemente.
Lo noté hace poco, cuando las vi titilando mientras editaba los posts, pero pasó menos tiempo aún desde que me di cuenta que no debía usarlas como si fuesen sinónimos. Porque no lo son: las separa una grieta aguda, profunda. Y no es lo mismo pararme de un lado o del otro.
Pensar y sentir.
Sentir y pensar.
El eco de cada una es totalmente distinto: si hablo de lo que pienso, el papel cruje, y lo blanco se torna en aluminio. Pero cuando hablo de sentir, el papel puede hundirse de la forma más entera, como una caída en seco, o elevarse hasta tocar el cielo. En fin: con ella, el resto de las palabras cobran vida.
Me siento frente a una amiga, una psicóloga, un X, y las palabras brotan de mi boca. Relato qué me pasó en los últimos días, semanas, meses, y me doy cuenta que uso ambos verbos como si fuesen lo mismo. Disfrazadas de muletillas, no cuestiono cuándo una está invadiendo el lugar de la otra. Si esa noche la cabeza me nubló de pensamientos o si fue en realidad una sensación punzante en mi cuerpo. Si la otra tarde reía porque imaginaba un porvenir lleno ilusiones y expectativas, o si nacía desde mis entrañas, causándome ese dolor tan paradójico de no poder más, y que mis lágrimas sean testigo de ello (qué gracioso que esta descripción puede servir para la tristeza también).
La presencia de una o la otra cambian totalmente el sentido de lo que estoy contando. De lo que yo viví. Y no puedo hacerme la boluda con eso.
Me pareció un buen ejercicio para la cotidianeidad. No hablo de hacerlo siempre, porque sino nos volveríamos locos, pero cuando estamos confundidos, atónitos por una mezcla de fenómenos ambientales que nos sacuden adentro, está bueno frenar y tomar aire para callar el barullo e identificar qué es lo que realmente nos moviliza. No es fácil, pero si estamos más claros vamos a poder reaccionar mejor, o al menos con más tranquilidad.
Soy una persona muy racional, con la cabeza dando vueltas continuamente. Por eso, me es un desafío gigante tratar de bajarle el volumen a mi mente para escuchar el susurro tanto más sutil de mi cuerpo. Tampoco quiero decir que todo tipo de pensamiento sea malo – para nada – pero en lo que respecta a lo emocional, al amor, la cabeza suele estar de más.
Shari lo expresó de una manera muy simple: “La única medición que tengo en cuenta es la de mi cuerpo”.
Yo, adhiero. Y hoy es la brújula que elijo a la hora de tomar decisiones.
Difícil para esta hora de la mañana y mientras leo suena en la radio la canción que hace días me prohibiste escuchar… cantando bajito intento sentir lo que sentiste cuando pensante en este post.
Si todos pensáramos en cada palabra antes de hablar, sin duda nos cuestionaríamos mas y – en mi caso – esa máquina que ya trabaja 24 hs x 7 días a la semana, quemaría sus fusibles para salir de tan profunda confusión.
En algún punto estas palabras comparten experiencias. Hay pensamientos que se volvieron sentimientos y sentimientos que la vida/circunstancias guardaron en el baúl de los recuerdos que cada tanto desempolvamos en forma de pensamientos.
Misterios de la vida esa extraña confluencia entre la cabeza y el corazón… Brindemos por lo que somos, sentimos y pensamos que nos trajeron hasta acá HOY… Y al final, me hiciste escribir jajaja
Que papelon, leanme antes de escribir boludeces