Cenábamos en la cocina y no tenía que decirme nada. Sus músculos parecían sellados con pegamento, su ceño fruncido, y sus ojos como lunas que miraban hacia abajo. No tenía que decirme nada porque lo estaba viendo todo: ganas de llorar contenidas detrás de barrotes de orgullo, de miedo. Si insitía, si presionaba al menos un poquito, me iba a decir qué le pasaba pero… no es así, y quizás, tan solo quizás, necesitaba llover las palabras atragantadas. Todo a su tiempo.
Tenemos 43 músculos en la cara que pueden crear más de 10.000 expresiones (gracias a Lie to Me por el dato). Si alzamos los hombros después de hacer una afirmación, cómo nos rascamos la nariz o la dirección en la que levantamos las cejas: todo proyecta un significado diferente porque de cada uno se desprende una emoción distinta. Nuestro inconsciente se anida en nuestros gestos, que susurran la verdad de lo que realmente pensamos o sentimos, delatándonos frente a la mirada del otro. O salvándonos.
Alguna vez, escribí esto:
Y a veces, tantas veces, con las emociones, las palabras simplemente no pueden, no alcanzan. Las palabras, en el intento, mueren antes. Por suerte es así.
Escribir es una de las cosas que más me gusta hacer, pero tantas veces me veo dando vueltas, buscando encuadrar mis sensaciones en palabras que no encuentro. Y otras, cuando ni yo tengo idea de qué me pasa, las palabras brotan, se amalgaman, intentando llenar un silencio que las rechaza porque mientras tanto, mi cara, mis gesticulaciones están diciéndolo todo.
La realidad es que no tengo idea qué quiere decir cada movimiento, pero sí es verdad que algunas trascienden todo tipo de teoría porque se palpan. A veces tratamos de decir algo que va tan en contra de lo que nos pasa adentro, que nuestra voz tiene que hacer un esfuerzo inconmesurable por pronunciarlo. ¿Cómo se caretea eso? Ahí, los gestos gritan en silencio. No sabemos si el otro lo notará o no, pero seguro retumba dentro de uno.
Las emociones se inmiscuyen y escapan por nuestras grietas. Imagino que si la vida trascurriera como si fuese un film mudo, veríamos más claramente qué quiere decir nuestro cuerpo, nuestras expresiones faciales. En definitiva, nos movemos entre dos conversaciones paralelas. La cuestión radica en cuál decidimos escuchar.
Dato curioso: ¿Cómo lo hace Obama?, ¡¿es real?!
¿Querés saber más? Sergio Rulicki es el experto argentino en el tema. Paul Ekman es el referente mundial.