Me duelen la cintura y el cuello. Me duele ese espacio detrás de las rodillas que no sé bien cómo se llama. Me duelen las piernas, la espalda. Me duelen hasta partes del cuerpo que no había identificado antes.
Pero es ese dolor que eligiría sentir una y otra vez. Es un dolor que no quiero que termine porque es el recuerdo latente, instantáneo de lo que acabo de vivir.
Camino y trato de esquivar las latas arrugadas de cerveza que invaden el piso. Botellas de agua, pedazos de telas o acolchados, envoltorios de papas fritas, esqueletos de manzanas. Una ola de gente que camina por encima de esa basura, tratando de salir. Hace minutos había una energía que hacía que todo ese lugar explotara, pero como parte de una ficción o de un cliché, a las doce todo termina. Entonces, la realidad se inmiscuye indiscretamente y no queda más que evadir la basura infinita.
Pero mi cabeza sigue siendo partícipe de ese cuento. Y no creo que vaya a terminar o que el olvido se apodere de todo, porque eso que presencié, me lo llevo conmigo.
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Las lenguas rojas invadieron Roma el día anterior al recital. Quería gritarle algo a cada persona que veía en la calle con la remera de los Rolling Stones, cualquier cosa, porque yo también iba a ser cómplice de eso que íbamos a vivir.
Desde marzo que tengo mi entrada y la guardo como si fuese lo más valioso que existe. Y desde aquel día me repito constantemente: “Voy a ver a los Rolling Stones en Roma” porque necesito bajarlo a tierra y entender que no es tan solo un sueño.
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El recital empezaba a las ocho, pero a la una y media emprendí camino al Circo Massimo, que está al lado del Coliseo. Caminaba por esa avenida y sentía que estaba caminando por Figueroa Alcorta, llegando al Monumental; se respiraba el mismo aire.
Eran las dos de la tarde y ya estaba adentro, rodeada de gente, inundada en el calor. ¿Treinta grados? Le pega en el palo. Y tenía seis horas por delante para matar el tiempo. Pero no importaba. Esos números en definitiva eran tan solo cifras, y el tiempo se las arregla para pasar. El lugar era increíble: parecía un gran festival, como los de antes. Miles y miles de personas estaban tiradas en el piso, entre amigos, tomando, charlando, bajo las garras de ese sol invasivo. Corpiños y bandanas de colores en las cabezas. Anteojos, remeras tiradas, tatuajes en pieles arrugadas, quemadas o firmes. Ahí no hay edades; solo importaba quién estaba más adelante, quién había logrado encontrar un lugar más cerca de donde ellos harían su magia.
Y ahí, sentada, confieso que me puse a pensar: estoy sola, ¿será peligroso estar tan adelante? ¿Me voy para atrás, o más cerca de alguna salida? No, ni loca. Esa duda persistió a lo largo de todo el día pero había algo en mí que no me dejaba irme. Y a las seis, cuando abatidos por la ansiedad todos comenzaron a pararse, seguí a la masa y me escabullí y llegué, ahí, donde tantos hubiesen querido estar. No miré mucho para atrás, pero era una locura de gente. Estuve parada durante seis horas, y lo valió cada instante.
A las ocho tocó John Mayer. Fue gracioso porque presentí que él estaba incómodo porque ese no era su público. Creo que era una de las pocas que cantaba sus temas. Atrás mío escuchaba voces que querían bajarlo del escenario, otros que se enternecían con el intento de este “emergente”; mientras tanto, yo no podía creer que nadie lo conociera. Si tan solo se supieran lo que causó en Buenos Aires. Igual, la verdad es que ni a mí me entusiasmó tanto; ya los quería a ellos.
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Me invadió un cosquilleo en todo el cuerpo y, por segundos, sentí que me iba a elevar del piso. Hay cosas que uno simplemente no puede explicar.
“I was born in a cross-fire hurricane.”
Los presentaron las maracas, la percusión, los silbidos. Parecía que iban a arrancar con “Sympathy for the Devil” porque todos empezaron a cantar ese coro tan característico. Pero no.
“And I howled, at my ma in the driving rain.”
Apareció Charlie. Se asomó Ron, después Keith. Y por un tema de ego, o de grandeza, Mick entró último.
“But it’s all right now, in fact, it’s a gas!
But it’s all right. I’m Jumpin’ Jack Flash,
It’s a Gas! Gas! Gas!”
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No sé cómo fue que me volví tan fanática, y sentía que no podía perderme la posibilidad de verlos en vivo. No me canso de escuchar sus temas y me sorprendo cada vez que me pongo a escuchar discos que no conocía. Ahora estoy leyendo la polémica autobiografía de Keith, “Life”, y es una locura entender cómo vivían y componían, y ver qué tanto varía o no de lo que me imaginaba. La vorágine de los 60 y los 70, las drogas, la pelea entre los Glimmer Twins (Keith y Mick). Es diferente escucharlos y entender qué cantan.”Can’t be seen” se refiere a Anita Pallenberg, la novia de Brian Jones- uno de los cofundadores de los Rolling- que en un viaje a Marruecos terminó con Keith. O “Midnight Rambler”, que la escribieron juntando diferentes titulares de diarios porque no sabían qué escribir. Y no, “Jumpin’ Jack Flash” no se refiere a la heroína. Escuchaba esos temas y conocía el porqué, y eso me hizo sentir aún más cercana.
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No hay hinchada como la argentina; comprobé que no hay público que salte en cada segundo, cante cada acorde, y vibre con cada palpido. En cada tema salté, revoleé los brazos como si no tuviese a nadie a mi alrededor. Es que simplemente no podía entender cómo la siguen rompiendo así, a pesar de los años que llevan, que se quedan cortos con la cantidad de cosas que vivieron – muchas de ellas que incluso rozaron con la muerte.
En “Out of Control” me terminé de enamorar de Mick:
“I was young, I was foolish, I was angry, I was vain.
I was charming, feeling lucky, tell me how have I changed.
Now I’m out
Oh out of control
Now I’m out
Now I’m out, Oh of control
Oh help me now”
La interpretó como si tuviese dieciocho años de nuevo, y todo estuviese por comenzar, por explotar. A comienzos de los sesenta nació la banda, que siempre se inspiró en el blues de los Estados Unidos, que aún era algo totalmente desconocido a Europa. Transgredieron las reglas y se enfrentaron continuamente con las autoridades. Causaron ese fenómeno que en los medios se plasmó con la siguiente pregunta: “Would you like your daughter to marry a Rolling Stone?”
“Midnight Rambler, “Tumbling Dice”, “Honky Tonk Women”, “Streets of Love”, “Brown Sugar”, “Miss you”, “You Got the Silver”. Canciones alucinantes. Pero hay otras por las que las palabras caen humilladas y se refleja lo tanto que me está costando transmitir todo lo que sentí aquella noche. “Sympathy for the Devil” y “You Can’t Always Get What You Want”- que incluyó un coro romano- son los primeros temas que me engancharon, y que me hicieron querer buscar más, adentrarme más. Porque no es solo la melodía en sí, sino, y quizás aún más importantemente, lo que sorprende es cómo ellos se apoderan de todo cuando están en el escenario. Al resto, lo mata el silencio.
“Satisfaction”, al final, fue el tema que hizo que el público terminara de sacarse, porque a esa altura, ya no quedaba más que agradecer. Los tenía ahí, a tan solo unos metros. Pero ahora los tengo siempre.
“I know, its only rock & roll, but I like it, like it, yes I do“