Fueron siete meses (y un poquito) los que viví en Génova, esta ciudad desconocida del norte de Italia. La primera vez que escuché hablar de ella, cuando el Tano me dijo de donde venía, pensé que me hablaba de Genovia, el país ficticio que Anne Hathaway descubre con pánico que gobernará en El diario de la princesa, una de mis películas preferidas de cuando era chica.
Escuchamos hablar de tantos puntos espectaculares de Italia y… Génova no suele estar en esa lista. Ya lo dije: la capital de la Liguria no es un reflejo de la Italia de piedra marrón que tenemos en nuestro imaginario los no-italianos. Ya lo dije: Génova es rara. Amuchada entre mar y montaña, hace que ir de a un lado a otro no sea fácil. Está dispersa, tiene los rezagos feos que implica acobijar a uno de los puertos más importantes del país y tiene también el estereotipo del genovés como una persona cerrada.
No es una ciudad fácil, pero ¿qué lugar es?
Jamás me hubiese mudado a Génova si no hubiese sido por el Tano y por las ganas de ambos de apostar por una relación en un mismo lugar (y terminar con años de relación a larga distancia). ¡Antes de él no sabía ni dónde quedaba en el mapa! Me mudé sin saber el idioma, a trabajar de au pair con una familia que no conocía y a una ciudad que solo había pisado una vez antes por dos semanas y que no me había convencido mucho. Soy así. Hago esas cosas. Mi sueño es viajar y escribir y conocer gente y escuchar sus historias. Trasladar mi ropa y mis libros de un hemisferio a otro formaba parte de ese sueño: era un paso más hacia ese engranaje loco y diverso que quiero que sea mi vida. Quizá uno de los primeros, el más decidido, el que le dará tierra y agua y sol a todos los que se vienen.
Por eso no fue para mí un drama mudarme. Siempre ansié conocer el otro, desde que tenía trece años y compartía mis anécdotas argentinas con amigas de Texas y de Londres, de Río de Janeiro y de Guatemala, escritas en forma de cartas y mails. Mi mamá siempre se preguntaba, en chiste, si no estaría haciendo algo mal al ver que sus cuatro hijas, de chicas, estaban siempre felices de quedarse a dormir en casas ajenas. Escuchaba las historias de mi primo Tadeo y su necesidad de volver después de la cena y mi mamá no entendía cómo ninguna de nosotras padecía, ni por cerca, lo mismo.
Hoy, cuando entro a casas nuevas pido que me hagan un tour: quiero ver de qué color son las paredes, qué fotos cuelgan en cada cuarto, qué libros duermen en la biblioteca. Detalles íntimos que de otra forma no podría coleccionar.
Lleva tiempo conocer una ciudad. Leí en un artículo, ahora perdido en el universo de bytes que es Internet, que no se conoce a una ciudad antes de los seis meses. Recién a partir del sexto mes uno se acomoda en su rutina, se aglomera a su ritmo, se empieza a fusionar con el vaivén invisible que late en cada lugar del mundo.
Según esa regla, entonces, yo vi solo un poquito de la verdadera Génova – y creo que hay algo de verdad en esa medida. Estoy contenta de irme pero porque el cambio me reenergiza y no tanto porque la ciudad me explusara. No. Me estaba haciendo amigas, de a poco. Mi grupo de personas se estaba asentando y ramificando al mismo tiempo, a ritmo lento pero seguro. Mi relación con los genoveses se iba aflojando, dando lugar a nuevos intercambios, más reales y auténticos.
Ya tenía mis lugares. No es fácil conseguir un “lugar”, esos en donde nos sentimos a gusto, donde hay una relación mutua y recíproca con el espacio, llena de respeto y de comodidad. Los italianos tienen una expresión para decirlo: lugares a donde mi sento a mio agio. Donde me encuentro bien.
Esta no es una guía turística sobre qué visitar cuando vayan a Génova – que hay muchos y muy valiosos -, sino más bien una lista personal y subjetiva de los seis lugares que más quise y que más voy a extrañar ahora que me voy.
1. EL BARRIO DE NERVI Y SU PASSEGGIATA
Alejado del tumulto y del caos, Nervi es el barrio más al este de la ciudad. Es mi preferido. Cuando camino por Génova y pienso que todo parece una película – la ropa colgada, los colores pasteles, la arquitectura de los edificios – me refiero más que nada a este lugar. Es más pueblo que pequeña ciudad. Tiene un parque enorme y lindísimo, un verde sín limites, un verde vivo, separado del mar solamente por las vías de un tren y por la passeggiata que bordea el agua. Este paseo, que empieza en un puerto minúsculo y que desemboca en una playita de piedras de menos de cincuenta metros de largo sigue la línea del precipio que da sobre el mar.
2. LA PASTICCERIA DRIA Y SUS CAPPUCCINOS
Frente a mi casa, bajo un toldo verde inglés y no más de tres metros de ancho, está la Pasticceria (pastelería) Dria. Famosa por sus tortas y dulces en toda Génova, se ganó mi corazón no por esos postres, sino por hacer los cappuccinos más ricos de la ciudad, conclusión a la que llegué después de una investigación municiosa y exhaustiva. Fue un punto de encuentro, un deshacedor de aburrimientos, una ayuda y apoyo en forma de cafeína cuando no podía más con los chicos y cruzaba la calle en busca de salvación. Mi sueño de entrar a un lugar y no tener ni que pedir lo que quiero se cumplió. Con solo mirarme, María, la barista de pelo corto y sonrisa, ya sabía lo que quería.
3. LA PIZZERÍA NAPOLITANA “SOLE E LUNA”
Ya conté un poco sobre las pizzas en Italia – que son de proporciones monstruosas y que se piden de forma individual – pero no les conté que Nápoles es el imperio de la pizza, el paraíso, el destino de todo fanático. Como no se puede viajar diez horas en autobús y pedir la pizza indescriptible de allá cada vez que uno tiene el antojo, en Nervi existe “Sole e Luna”, una pizzería de dueños napolitanos que hacen la más rica de toda Génova. La experiencia no vale solo la pena por la pizza: ir a comer ahí alguna vez te teletransporta a un mundo que no tiene piso firme, que no se sabe a dónde es arriba y a dónde abajo, que los mozos – todos vestidos de remera con el diseño de una corbata bajo el cuello, como si fuera una corbata de verdad – zumban de un lado a otro, gritan, escupen carcajadas, tiran chistes que no se entienden por el acento, se comunican encima de la música de los parlantes que hacen rebotar el local. Fui varias veces y en todas había gente esperando. He esperado una hora (y eso que habíamos reservado) para conseguir una mesa y comer su pizza porque es así: un buen lugar, un lugar fantástico, un mundo paralelo donde todo está bien, donde el caos, de alguna forma rara, te tranquiliza.
El dueño viste siempre unos pantalones de algodón sueltos con un diseño de llamas. Siempre. Todo el pantalón es como el dibujo de arriba. No hubo vez que haya ido y no me haya reído de ver ese fuego saturado, aliviada de sentirme en un lugar familiar con tan solo verlos. Un buen caos.
4. La Biblioteca BERIO
Ubicada en la Via del Seminario, al lado del apretujado museo del actor, sin ostentar está la Berio, la biblioteca principal de Génova. En Italia no existen cafés para sentarse y pasarse la vida con un libro: ya está, ya lo superé, esa costumbre es una de las pocas cosas que nuestros países no comparten. Encontré mi salvación en la biblioteca, después de hacerle caso a uno de los consejos del escritor e ilustrador Austin Kleon (uno de mis favoritos, alguien super piola con ideas muy interesantes), y destapé así mi pasión bibliotecaria.
¿Qué tiene de especial una biblioteca? Lo mismo me preguntaba yo antes de ir. La Berio ofrece de todo: libros en varios idiomas, enchufes para la compu y wifi, el aire acondicionado en verano, un jardín con pasto – un pulmón escondido en el centro de la ciudad, una joyita amurallada – para admirar también desde dentro, a través de los ventanales. Me ofreció algo tan valioso como la concentración colectiva de los ocupantes de las mesas, enterrados bajo cuadernos, apuntes y muchos resaltadores – la mayoría estudiantes -; me ofreció la corriente eléctrica de trescientas cabezas carburando.
Me ofrecíó también el refugio de estar entre estantes y estantes de libros, ahí, al alcance de la mano. Ahí. Al alcance. De la mano. Acá. Acá estoy a salvo. Acá es el único lugar donde quiero estar.
Bonus points: el café Berio, obvio. Un bar con muchas mesas y paredes ilustradas en blanco y negro como si fueran tiras de un cómic. Mujer de pelo rojo que atiende y musica retro de fondo, pero no tan retro, solo retro para mí porque la escuchaba en mi adolescencia incipiente: Goo Goo Dolls, 3 Doors Down, No Doubt, donde todo parecía tener unos niveles de drama de más. Flyers y afiches en busca de participantes para un club literario feminista de lengua inglesa, o charlas en español, o intercambio de libros. Ropa que no está a la moda pero que tienen estilo propio, que son símbolos de una buena personalidad, de tener cosas para decir. Este es mi lugar.
5. las mejores heladerías
Un tema conflictivo. Después de llevar a cabo una encuesta con varias personas de diferente sexo y de edades diversas, no llegué a ninguna conclusión definitiva y por suerte, como este es mi blog, yo puedo coronar a la que quiera.
Mejor helado: la Antica Gelateria, ubicada en Boccadasse – uno de los lugares más lindos de Génova y que aparece obviamente en cada folleto turístico.
Sin embargo, otra opción muy seguida es la legendaria gelateria Il Siculo. Ubicada en via Trebisonda y con un horario un poco ilógico, esta heladería es mega especial no solo por tener una variedad de helados importante sino también porque cada gusto está hecho de forma artesanal por la viejita que atiende el local hace años. Una vez pasamos a las cuatro de la mañana y aunque estaba cerrado, espíamos adentro y vimos una luz encendida y unas manos laboriosas trabajando el helado en la cocina del fondo. Jamás pido gustos frutales porque siento que son un desperdició de helados – ¡aguanten los de crema! – pero Il Siculo me hizo repensar mis viejas creencias. La calidad de los sabores frutales es inexplicable, y la sorpresa de encontrar gustos como apio e hinojo (¡y que te gusten!), o incluso rosa (¡la flor!) es de no creer. Los precios son increíblemente baratos y tienen la peculiaridad de estar expuestos en liras, en vez de euros, aunque ya hace más de quince años que cambió la moneda. Una heladería estancada en el pasado.
Gusto obligatorio para probar en cualquier heladería italiana: pistacchio.
Y mi lugar preferido entre todos…
6. La terraza del departamento donde viví
Las fotos lo dicen todo.
Me encantan tus posts Sharon!!! Besos desde BsAs!
Gracias Ceci! Beso gigante! 🙂
Sharon que reportaje ! Grazie per le parole su Genova!
Me causó gracia la foto con el epígrafe “Miren lo que es esta vista…” cuando en medio de la foto hay una planta ocupando todo el lugar, y fuera de foco!
Será que no la viste?
Posiblemente habrás estado concentrada en el helado, o la pizza, o las pastas…
🙂