A veces soy tan autoexigente conmigo misma que es como si una medusa gigante me picara en todo el cuerpo.
Y miento. No es a veces, es siempre. Es algo con lo que crecí, y es más, siempre me pareció una virtud; el espejito rebotín más útil frente la mediocridad.
Pero estas picaduras cada vez arden más. “No me puedo equivocar”. “Si hay un error, me muero”. “Puedo sola”.
Superhumana no soy, así que lógicamente, aunque repetí esos tres mantras del mal en mi cabeza, me equivoqué. Y bastante más de lo que me hubiese gustado. En lo laboral, pensando que podía abarcar más de lo que puedo sostener. Incluso la falla más grande está en el corazón de todo esto, pensando que no, los errores y yo somos dos líneas paralelas. Y en lo emocional, asumiendo que soy inmune. Que lo que yo haga puede cambiar al otro. Que ya me curé de lo que me provocó mucho dolor. Que puedo estar sola porque admitir que me gustaría estar con alguien es débil.
Y así anduve, externamente aplacada. Pero adentro, carburando a mil revoluciones por hora, procesando todo de forma inconsciente. Como golpecitos que chocan desde adentro, que no escuché hasta que el volcán dejó de estar durmiente. Solo el agua apaga el fuego.
No creo que alguna vez deje de ser autoexigente; sí quiero bajar un poco el volumen. Y cuando las cosas confluyen, se hacen evidentes; puedo escuchar las oraciones que buscaban pasar inadvertidas por mi cabeza y ver su ridiculez. ¿Cómo no me voy a equivocar?
“I am a rock, I am an island”. No somos individuos aislados. Nuestras acciones reverberan; las del otro también. Nos afectan. Entonces, la creencia que certifica que “yo puedo sola” cae por su cuenta. Eso no excluye el hecho de que sepa valorarme, cuidarme, cultivarme.
Creo que estoy aprendiendo a navegar entre los grises en lugar de ahogarme en los extremos. Y el gris no quiere decir “incertidumbre”, palabra que tanto me enloquece. Sino el entender que tengo que traer las puntas y apaciguarlas, hacerlas convivir.
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Me dieron un consejo que recomiendo. Cuando te inunde el miedo, la ansiedad por cómo creas que va a ser el desenlace de tus acciones, anotalo. Escribí hasta la proyección más ficticia que te esté paralizando. Guardalo en un cajón, en el bloc de notas de tu celular, en el bolsillo de tu saco. Fijate qué pasa después y escribí lo que ocurrió realmente. ¿Fue tan fatal como pensabas? No creo.
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Tremenda ,Leo y no dejo de sorprenderme con la sencillez y lo natural de tantas palabras de experiencia de vida,a la cual activo para la mía.Gracias postales a casa.😊
Gracias a vos, Kari!