No me pueden decir que esto no es trabajo

Revolviendo textos viejos encontré este, de cuando trabajaba de au pair en Génova, apenas llegada a Italia. Ya pasó más de un año y cambiaron muchas cosas. Desde entonces me mudé a Siena, armé mi propia página (!), trabajé por mi cuenta haciendo diseño de páginas web y la traducción de un libro entero (!) y de a poco los miedos acerca de mi futuro se disiparon.

El 2016 fue un año tembleque, porque no tenía garantías y eso me llenaba de miedo. Ahora tampoco las tengo pero después tantos meses aprendí a confiar más en que las cosas toman su tiempo y que todo proceso que vale la pena está repleto de incertidumbre. Comparto este texto porque varios están en la misma y quiero que sirva como recuerdo de que cada camino es propio y único, y que no siempre hay que acatarse a los formatos de vida que nos imponen los demás.

Me gustaría estirar la mano en la línea del tiempo y acariciarla un poco a la Sharon del pasado y susurrarle que tenga paciencia, decirle que las cosas se dan de a poco y que lo mejor que puede hacer para contrarrestar la ansiedad es tomar acción.

la acción es el enemigo del miedo. action is the enemy of fear.

El mantra que me repito una y otra vez: la acción es el enemigo del miedo.

28 de abril de 2016

Voy en busca de respuestas seguras y evidencias de que todo lo que estoy haciendo me llevará a buen puerto.

Lucía me escribe y me pregunta que tal va todo en Italia. Le contesto que estoy feliz, que estoy en una ciudad sola pero no me siento sola, que floto en una nube donde todos hablan italiano y yo no lo entiendo pero no me muero de angustia. Estoy tan acostumbrada a tener miedo… pero me cansé y dije basta. Le saqué el manubrio de las manos. Como dice Elizabeth Gilbert en Big Magic, uno de mis libros preferidos: “El miedo es aburrido. No tiene textura, no tiene variaciones, es siempre igual. Es siempre un gran NO” (o algo así).

Y yo quiero a mi vida llena de color, de texturas y espacios verdes para fertilizar ideas y proyectos.

*

Mi nombre, según babynames.com, tiene origen hebreo y significa “prado fértil”. (El de mi hermana significa “regalo de Dios” pero yo soy una llanura, está todo bien…) Un chico, una noche de verano, me preguntó qué significaba y con pésame le confesé que estaba condenada a la crianza de 20 bebés en mis años venideros. Él respondió:

—No creo que signifique eso. Me parece que está bueno. Puede significar que sos espacio fértil para que crezcan ideas, amigos. Quién sabe.

Fue una revolución. ¡Tiene razón! Mi nombre no me condena a ser una madre con tetas por el ombligo y siete críos encima. Significaba en vez un lugar en donde se podrían cultivar otras cosas. Donde nacería lo que que antes no existía.

*

Soy una madeja de ansiedad porque quiero certezas. De que todo va a salir bien, de que voy a conseguir todo lo que quiero, de que voy a sobrevivir. Estoy en Italia trabajando de niñera y aunque los términos del trabajo son muy buenos, una parte de mí le suspira al cerebro todo el tiempo que debería hacer algo más serio, como hacen todos mis amigos en Buenos Aires, con sus puestos de laburo que pueden poner en Linkedin sin morir en una crisis existencial.

Que estoy perdiendo el tiempo y que debería hacer algo “profesional”.

Que soy una vaga, que no quiero trabajar y por eso priorizo las changas, aunque nunca voy a armarme una carrera ni ser exitosa y que voy a ser pobre y voy a vivir en la calle sin nada para comer.

Que lo que estoy haciendo no tiene validez—

¡Uf! Qué agotador. Ya me cansé. Sé que son mentiras porque me encanta trabajar y soy buena trabajando: dedicada, responsable y entusiasta.

Cuando estoy más tranquila, investigo: ¿de dónde viene esa voz? No es de mis papás, no es de mis amigos ni de mi novio. ¿Quién es y por qué me acusa? ¿Por qué está tan asustada y me quiere hacer mal? ¿Por qué cree que el único camino que tengo por delante es el de un trabajo de 9 a 5 con jubilación y sueldo fijo? ¿Quién y porqué me impone esa forma de vida como la única?

Son preguntas que me hago en serio y quiero descubrir las respuestas.

Vienen de alguna parte adentro mío. Sin juicio y con curiosidad quiero averiguar dónde se esconde y preguntarle quién carajo se piensa que es, o bueno, preguntarle tranquilamente y con gentileza por qué quiere contagiárme su miedo a toda costa.

Y después de tratarla con respeto, decirle que yo sé lo que quiero y sé lo que no.

Que yo quiero experimentar. Aprender y hacer y ensancharme todo lo posible para contener, cada día un poco más, el mundo. Quiero escribir. Quiero hablar italiano. Quiero viajar y ver cómo un pueblo se transforma en otro, cómo cambian los platos de comida, cómo el pasto se convierte en desierto y qué aspiraciones tienen las personas en el mundo. Quiero aprenderme los nombres de los árboles. ¡Ay! Quiero pasarme días enteros en bibliotecas leyendo y escribiendo y haciendo resúmenes y diagramas y dejando que los autores, vivos y muertos, tengan conversaciones conmigo. Quiero ser parte de esas conversaciones. Quiero esforzarme y hacer cosas que me produzcan calor en la panza, como cuando tenés muchas de hacer pis porque al estar tan inmersa en lo que hacía que no me di cuenta.

Lo que me interesa en este momento es crecer de esa forma. Adentro. Personal. ¿Por qué eso no es válido para la voz que me susurra? Es suficiente para mí y es suficiente para la gente que me rodea. Hago bien mi trabajo de au pair: lo disfruto y otras veces lo sufro si los chicos se portan mal. Lo sufro más, sin embargo, cuando la voz que me susurra cobra volumen y me provoca diciéndome que me estoy quedando atrás.

Pero si crecer significa renunciar a todo mi entusiasmo y convencerme de que la única forma de sobrevivir de ahora en más es sentarme en una oficina solo para cumplir un horario entonces no lo quiero.

¿Escuchaste, voz? No lo quiero.

No quiero trabajar en algo que no tenga sentido para mí.

Desde la enfermedad y la muerte de Tom, mi mejor amigo, esa es la balanza que uso para medir las cosas.

¿Tiene sentido o no tiene sentido?

Si lo tiene: adelante.

Si no: chau.

La muerte de Tom me infló de unas ganas arrasadoras de vivir porque me recuerda que la vida se divide en minutos y que cada uno de ellos me pregunta: ¿vale la pena? ¿vale la pena? ¿vale la pena? 

Adelante o chau.

No hay tiempo para desperdiciar.

La vida es rara y da vueltas y te sorprende entonces no voy a enclaustrarla. No quiero ni rótulos ni etiquetas, ni propios ni ajenos. No quiero limitaciones que vengan de afuera y que se me impongan al azar.

Como niñera hay días buenos y días malos, pero en cualquier trabajo —abogado, profesor, plomero— hay días buenos y malos. Por suerte, en mis días malos me consuelo pensando que como la mejor pasta del mundo y que mi novio me hace reír de mañana a noche y que estoy aprendiendo un tercer idioma. Que tengo muchas horas libres donde leo a mis autores preferidos y que me paso escribiendo en una biblioteca y que salgo de ahí llena: de baterías, de saber, de inspiración. Además, tengo la suerte de que mi trabajo consista en dibujar o regar las plantas o escuchar como un chico después de cagar le dice “Ciao! Ci vediamo presto! (¡Chau! ¡Nos vemos!)” a su caca antes de tirar la cadena.

Todo depende de con qué ojos mirás al mundo.

Todo depende de con qué ojos mirás al mundo.

Vivo con una familia italiana que es muy generosa y que además, sin saberlo —o sabiéndolo pero sin darse cuenta de cuán valioso es para mí— me deja espiar cómo viven. Qué cosas les importan y qué cosas no; cómo tratan a sus hijos, a qué hora se van a dormir y a qué hora cenan. Qué leen, si leen, y qué ven en la tele. Cuál es la relación con sus papás y abuelos, si tienen amigos, si esos amigos son buenos, qué compran en el supermercado, a qué hora se van a dormir.

¿Qué mejor?

¿Qué mejor para una escritora?

No me pueden decir que esto no es trabajo.

*

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