Pienso en ese poema de Alejandro Crotto, el de las brasas.
Porque habla de lo que no podemos controlar: el despertar inevitable de un cuerpo, un alma.
Pienso en las tardes en las que me acuesto en el piso queriendo que el tiempo pase y a la vez no tanto. La luz baja de sábado que se filtra por las persianas y me divide. Aunque ya esté partida.
Pienso también en esas noches en las que me pongo a bailar, sola; no importa si me resbalo por la alfombra que se desliza sobre la madera o si la música suena un poco baja por el parlante que le robé a mi hermana. Bailo igual.
Pienso en el vino que está abierto en mi heladera, que pronto será vinagre. Y no importa, el antibiótico se toma igual.
Pienso en que quisiera no pensar tanto. Y pienso también en las palabras que me repito para tranquilizarme, aunque la mayoría de las veces sucumben en el intento.
Pienso que llegué temprano a la oficina, prendí la computadora, abrí mi mail, pero acá estoy, escribiendo, sobre la miscelánea de las cosas en las que pienso. A veces.
Pienso en un tema de Drexler que dice: “Hay gente que es de un lugar/ no es mi caso, yo estoy aquí de paso”. Y pienso en otro, de Cabrera, que canta “estoy regando el tiempo con tu recuerdo/ entre los dedos con el agua vas vos”. Los dos, uruguayos. Los dos, hablando de la finitud, de lo que se esfuma. Lo que se va.
Pienso en las millones de partículas que nos atraviesan por segundo. Y aún así, seguimos caminando. Los músculos, las neuronas, la sangre, los latidos siguen articulándose para que no se frene nuestro andar.
Pienso en los miles de planes que dibujo para el año que viene que no sé a qué puerto van a llegar. Quizás se desdoblen por su cuenta y hoy solo me sirve imaginarlos para saber que no me va a tragar el sedentarismo.
Pienso en un texto de Fontanarrosa que habla sobre el sinsentido de decretar que algunas palabras son “malas”. Que con ese rótulo, las subestimamos, limitándolas hacia un único destino. Y que “carajo” no es más que el sitio donde se ubicaba el vigía “en lo alto de los mástiles de los barcos”.
Pienso en que me paso gran parte de mis días en un cuarto tan blanco que cuando veo el sol se me achinan los ojos. Y no es lo que quiero.
Pienso en los viajes que quiero hacer, en las respuestas que creo que me van a dar y en que es lo único en lo que creo ahora.
Pienso de nuevo en Crotto: “Que sea nuestro cuerpo la pupila/ que se abre si hace falta y no vacila”. Y pienso en mí, en si es algo que simplemente pasa, que me excede, o si aún tengo tiempo de decidir. Abrir o entregar; no son excluyentes, y pasan a mi pesar. Yo soy solo un vaso de agua, al borde de una mesa, que va a caer. No puedo hacer nada para prevenirlo, y tampoco lo haría.
Pienso, hasta que cierro esta computadora.
Pienso, hasta que las ideas caen con el agua salada que sale de mis ojos.
Y ahí ya no queda más nada. O es el sentimiento que me deja llena de todo.