Antes que nada, les advierto: Gaby Lubarsky es una persona que decidió hacer de la mentira su profesión. No sean crédulos.
“Soy narradora oral, cuenta cuentos, pero prefiero “cuentera” porque a mí me gusta decir que yo era una mentirosa tremenda”. Y ríe, porque de su boca salen solo mentiras inocentes, incluso curativas.
Desde chica, la comunicación la desvelaba. Atravesó distintos ríos hasta encontrar el propio, donde pudo finalmente dejarse llevar por su cauce. Quiso ser maestra rural pero la fantasía duró poco y se recibió de fonoaudióloga, aunque supo desde un primer momento que sería tan solo una ruta efímera. Trabajó con bebés autistas y con discapacidades mentales en hospitales y centros de rehabilitación, pero su cuerpo, su no-se-qué interno, su intuición, le hicieron sentir que no. Dejó la fonoaudiología y probó con el mundo de los medios, entre ellos la tele y la radio. A veces conductora, por momentos guionista, de vez en cuando productora. Play, y después de un tiempo, eject. Si algo no dura, por algo es.
Y ahí entró en crisis.
“Si uno siente que se rompe por dentro, para juntar los pedazos, va al origen; vuelve a recordar cosas que pasaron en la infancia”, comentó. El viaje interior que hizo en aquel momento la precipitó a una sala de su colegio, cuando tenía ocho años, y se vio, sentada, sin parpadear y con las orejas como antenas, mientras escuchaba de la voz de una mujer la historia de una margarita que le pedía permiso a la lluvia para crecer. “Me acordé de todo lo que yo había sentido cuando la escuché por primera vez, y me asombró recordar el cuento perfectamente. Esto era lo que yo quería”.
A esta altura de su vida, Gaby tenía 40 años y empezó a sumergirse cada vez más en el movimiento cuentero. “Más allá de que en ese momento trabajaba de otra cosa, tenía en claro que esta iba a ser mi profesión. No sabía bien cómo empezar, ni por dónde, pero confiaba en que encontraría los caminos”.
¿Cómo fueron tus primeros años como cuentera?
Primero conté con una cantante, después lo hice sola. Empecé a contar varias veces por semana, en varios horarios, en cumpleaños… ¡hasta me llamaron cooperativas eléctricas para que escribiera su historia! Conté en todos los lugares que podía conseguir, a toda hora. Obviamente buscaba contactos, y no sé cómo pero siempre aparecía alguien que me llamaba…
Me pidieron de la Facultad de Comunicación Social de La Plata, donde hay una cátedra de Narración Oral, que diera clases ahí. También viajé al interior del país para dar un taller en un pueblo y entonces esto se mezcló con mi viejo sueño de ser maestra rural. Después de mucho tiempo y esfuerzo, logré que me llamaran al año siguiente, ahí armé el primer grupo de cuenteros que todavía sigue armado. Así seguí con el pueblo de al lado, y ese llamó al otro, y se fue corriendo la voz. Para que te des una idea, ¡una bióloga marina de un pueblito cuenta cuentos por Skype a sus amigos extranjeros!
A veces es difícil ponerle un precio a algo que nos apasiona, a una creación artística… ¿Cómo manejás la situación de combinar ambas cuestiones y cobrar por lo que hacés?
Y… ese es un aprendizaje que estoy haciendo. Las funciones normales se suelen manejar con un cachet, entonces es fácil porque le puedo consultar a mis colegas…
Yo me muevo en ámbitos muy diferentes: trabajo con gente que puede pagarlo y con otros que aunque lo agradecen, no pueden hacer lo mismo. Ese fue todo un cuestionamiento ético. Intento tener una vara con la que mido mi trabajo, sobre todo cuando implica un viaje, tiempo… Ahora como también me llaman para producciones más grandes donde puedo cobrar mejor, tengo la posibilidad de ir a donde realmente quiero ir y no cobrar nada. Tuve que aprender a ponerle un precio a mis talleres porque yo vivo de esto. Es difícil cuando a uno le gusta tanto, porque yo lo hago divirtiéndome, pero tengo que cobrar y estos son trabajos únicos porque están marcados por quien los hace.
¿Qué implica tener un trabajo único? ¿Cuáles son las ventajas y las desventajas?
Lo bueno es que yo me lo invento cuando quiero, y voy creando mis propios espacios. Me encanta colaborar con grupos pero no pertenezco a ninguno porque soy muy independiente; la pertinencia más formal me da un poco de claustrofobia.
Además, implica un trabajo muy grande conmigo misma. En varios momentos debo encontrar la valentía para atravesar las dificultades que se interponen, como no tener un trabajo o terminar hacer una obra que me llevó un montón de tiempo, porque siempre queda un vacío…
Pero todo lo fui inventando a lo largo del tiempo. Es una profesión inagotable, ¡historias hay miles!
EN LAS PROFUNDIDADES DEL CONTAR
Quizás, durante la primera clase, pensamos que nos contaría un cuento y nada más. Dos arquitectos, una diseñadora industrial, y creo que tres comunicadoras. Quizás aprenderíamos algo de oratoria, o cómo adoptar un physique du rôle. Quizás…
Una, dos, tres horas después salí con la sensación de que sí, existe un trabajo, una forma de vida que permite unir a la comunicación con las emociones. Básicamente la propuesta es así: el narrador debe apropiarse del cuento, encontrarse en él, y contarlo desde sus experiencias y sentimientos. Solo así causará “algo” en quien escucha: tristeza, el resurgir de un recuerdo, calma… Para hacer un trabajo auténtico, uno debe desarmar el cuento, y tratar de identificar qué le pasa en cada parte, qué siente el protagonista. El cuentero debe exponerse ante el otro, ser sincero, porque solo así entrará en los surcos del oyente. Solo así podrá mover, sacudir, pellizcar.
Cuando contás un cuento, ¿qué te pasa a vos y qué le pasa al que escucha?
Yo intento encontrarme con los otros. Estoy implementando una tarea que siempre debe ser dialógica. Más allá de que el otro no me conteste mientras estoy contando, yo intenté tenerlo en cuenta al receptor cuando preparé la pieza, y esto es a raíz de preguntas y respuestas que me hice en el momento de elegir el cuento; por eso nunca se puede contar el cuento de manera literal como lo escribió el autor, si es que el autor no es uno, porque el texto debe ser atravesado por una serie de técnicas para que pueda encontrarme con el oyente.
¿Te acordás de alguien que se haya acercado para decirte qué sintió al escucharte?
Sí, podría contarte miles, pero tengo una que siempre recuerdo que fue en un pequeño teatrito de barrio. Cuando terminé la función, se acercó un señor de unos 80 años, y me dijo que él venía siempre porque sentía que estaba de nuevo en la cocina con su mamá, mientras ella escuchaba la radio. Había algo en las historias o en la manera en la que lo relataba que lo llevaban a ese lugar de su infancia, y para mí fue uno de los mejores halagos que me dijeron en mi vida.
¿Por qué pensás que se da esta conexión tan fuerte?
El cuento, la historia, es una semilla de empatía con el otro. Esta tiene componentes de la vida misma, como la alegría, el sufrimiento, el abandono, el encuentro; todos los cuentos hablan de estas cosas que nos afectan, y es inevitable que quienes lo escuchen vayan viajando por sus propios encuentros, abandonos, tristezas, alegrías, y todo esto precisa de una manera especial de entregarlo, porque un cuento contado como está escrito puede ser precioso, pero no es suficiente para que se dé una situación de encuentro.
Para contar tenés que exponerte muchísimo a muchas personas. ¿Cómo te sentís con este desnudo emocional?
Yo me siento muy liberada. Es un honor poder hablar de lo que siento a través de una historia, porque la historia también te ampara. Uno puede estar hablando de un sapo que está buscando su destino, y en realidad esta búsqueda es la que yo desesperadamente hice en mi propia vida, pero el sapo me protege a mí y yo a él. Entonces le agradezco tremendamente al cuento y al autor porque estoy haciendo un trabajo muy catártico con mi propia historia.
¿Hay algún miedo con el que te enfrentaste a la hora de embarcarte en este nuevo camino?
Me da un poco de pudor decirlo pero no tuve nunca ningún miedo. Este es mi lugar en el mundo y lo supe desde que conté mi primer cuento. Sabía que tenía que mejorar e indagar en un montón de cosas, y aún hoy debo seguir mejorando, pero no, miedo no. En realidad, miedo a no poder hacerlo. A partir del momento que empecé, mi maestra me dijo: “Este es un camino de ida”. Y es así.
¿Qué consejo nos darías?
No tengan miedo de buscar y no se asusten por no encontrar. Todo es parte de un camino, y por sobre todo, diviértanse siempre. Lo más maravilloso y verdadero que tiene la vida es que es un juego. Todo tiene que ser jugando porque no hay nada más serio que jugar: para hacerlo hay que saber perder y ganar, hay que conocer las reglas de juego, incluso decidir cuándo transgredirlas… En realidad nunca se pierde, porque cada error es una posibilidad de aprendizaje. Hay que aprender a reírse de uno mismo. Eso les digo: a jugar mi amor.
Leerla ayuda, pero si querés realmente entender de lo que hablamos, escuchala: