Fui a Berlín.
Mamita.
Nadie me advirtió. Nadie me dijo nada.
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Berlín no es Alemania, es la excepción. No sé ni por dónde empezar a describirla. Es una ciudad descentralizada, a diferencia de lo que acostumbran el resto de las capitales del mundo, pero eso se debe a su historia reciente y a su división. Por eso el centro geográfico de la ciudad, el punto medio, está en construcción porque cuando habían dos Berlines cada uno tenía su centro. Ahora que están unidas, el espacio entre esos dos puntos que ahora forman parte de la periferia, tiene que rellenarse con algo. Por la misma razón, también hay muchas cosas que están duplicadas en Berlín: óperas, embajadas, zoológicos.
Me brotan muchas sensaciones el estar acá. Me genera mucho todo, todo, todo el tiempo y me vuela la cabeza. No dejo de mirar nada porque todo me mata, en especial la arquitectura, tan contradictoria, ¡tan loca! Siento que camino por la maqueta de un arquitecto demente o que recorro la instalación de algún museo que interactúa con el público, en la que el espectador se tiene que mover, explorar, jugar con su entorno. Por Dios, Berlín. Me fascinás.
Nos hospedamos en un hostal ubicado en un edificio que tenía mas de 200 años, dato que fascina porque significa que sobrevivió a las dos guerras. Todas las paredes, incluso las de la entrada y de las escaleras, están pintadas, graffiteadas o escritas con mensajes políglotas de personas de todo el mundo, colores sobre un blanco envejecido. La mayoría son declaraciones de amor a la ciudad pero no todas. El mejor, sin duda: “I FINGERED A 16-YEAR OLD DUTCH GIRL.”
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Berlín – hoy – es sacada, loca, colorida, excéntrica, magnífica.
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Llegué el mismo día de la final del mundial, Argentina-Alemania. Desde la ventana del autobús, antes de haber pisado siquiera suelo germano, vi pasar un auto decorado con dos banderas alemanas. Fue una bienvenida interesante. Salimos con tres horas de anticipación para conseguir un buen lugar para ver el partido y terminamos en las puertas de Brandenburgo, en un parque enorme donde el gobierno había instalado más de diez pantallas donde se transmitiría la final. No estoy segura pero la cifra que escuché fue que 500.000 personas tomaron la misma decisión que nosotras. El problema es que la mayoría eran alemanes, claro. Tiene toda la lógica del mundo.
No teníamos camiseta de argentina pero los chicos sí, y fue así como nos encontramos con otros patriotas, un refugio de diez hinchas albicelestes en contra de una marea interminable de amarillo, naranja y negro. Antes de seguir, quiero constatar que vi a los alemanes comportarse de forma poco alemana: los hinchas, desordenados, caóticos, extasiados saltando vallas, trepando rejas, corriendo y golpeando contenedores de basura. Listo. Ahora puedo seguir.
Cantamos el gol – que no fue -, poseídos. Me explotó desde adentro un monstruo feliz que no podía creer haberle goleado a Alemania, la posibilidad de que realmente podemos ganar este mundial; no podíamos parar. Éramos un círculo de diez argentinos gritando desaforados, un brote psicótico del cual no me acuerdo con detalles porque fue primitivo. Solo recuerdo que en un momento alguien me alzó y yo volaba por los aires, riendo, gritando, festejando, hasta que todo nuestro alrededor, todos los alemanes, que hacía cinco minutos permanecían inmóviles, nos miraban con los ojos locos, nos gritaban, nos hacían fuck you, nos sacaban la lengua. Fue así que nos dimos cuenta de que el gol que estábamos festejando… no fue gol.
Lo sentí mucho más intenso, estando protegidas y embebidas por esa burbuja argentina. Escuchar los comentarios ácidos, bien argentinos, me hicieron reír tanto porque hacía demasiado tiempo que no escuchaba ese tipo de humor.Y perdimos. Hubo un poco de llanto (de nuestra parte) y también burlas y algún que otro pésame bien intencionado (de su parte). Perdimos, y nos abrazamos, ese grupete de desconocidos unidos por dos colores; una fortificación sólida entre una masa festiva.
No me di cuenta hasta después de que no sabía el nombre de la mayoría.
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Sachsenhausen, a 35 kilómetros de Berlín. No quiero acordarme de lo que vi. Lo que sí puedo escribir es que, recorriendo el campo de concentración, vi unas florcitas en el pasto. Tímidas, para nada extravagantes, al contrario. Eran esos capullos minúsculos y poco estéticos que se cuelan cuando el pasto crece sin planificación, libre, natural, sin rastro de una mano humana. No eran lindas, pero eran flores que crecieron por sí solas en un campo de muerte, y lo sentí un poco como… primavera.
Vimos las barracas donde hacinaban a cientos de personas hace no tantos años, y cuartos subterráneos diseñados para propósitos que no me entran en la cabeza. No me podía concentrar porque no quería estar ahí. Mi mente se abstrajo de mi alrededor, rechazándolo todo, incapaz de tragarlo, y para reconfortarse viajaba a la noche anterior, cuando escuchamos a un muchacho cantar Hallelujah en Alexanderplatz. Llovía, y con Mech lo escuchábamos, mojadas, y no éramos las únicas. Nunca vi a tanta gente frenar a escuchar a un cantante callejero, ni una canasta rebalsando de monedas (y alguna que otra nota personal), pero la voz de ese chico era tan pura, tan visceral, tan límpida que era imposible seguir de largo.
Cuando pienso en la visita a Sachsenhausen, pienso en las flores y pienso en ese Hallelujah. No quiero pensar en nada más.
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Es imposible ir a Berlín y no tener esos períodos de abstracción. Encarnar todo lo que pasó es literalmente imposible; no se puede. Cuesta entender el pasado reciente, de Berlín y de otras ciudades, otros países, donde tanto pasó. Escuché guía tras guía, vi monumentos, visité estatuas y memoriales pero me fue dificilísimo ver el pasado soviético o de la guerra. Ni en Praga, ni en Budapest, ni en Berlín. Qué fácil me abstraigo. De todo. No sé puede si no, el cuerpo humano no podría soportar tanto dolor.
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Por primera vez en meses sentí, acá, que una parte de mí se despertaba del letargo, que se movía, queriendo saber más, leer más, ver, averiguar, conocer, escuchar más, absorber al mundo, abrazarlo, comérmelo entero. Berlín me despertó eso: no ser pasiva.
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Uno de los graffitis sobre los restos de lo que una vez fue el famoso muro de BerlínBerlín, ciudad construida sobre un cementerio, metafórico y no tanto, tratando de encontrar su camino sobre esas ruinas y decidida a no tambalear.
¿Cómo mirar para atrás?
¿Cómo mirar para adelante?
¿Cómo no hacerlo?
Solo vos chaps podes poner todo eso en palabras… me dejaste boquiabierta
Comentari muy bien logrado la luz y la sombra que habita en lo humano
SHAPSSS!!! te extraño!
Berlin + Mundial + Sachsenhausen! = LLOROOO!!!!!}
cuantos sentimientos!