Cien años y catorce mil kilómetros me separaban de un genocidio que por tanto tiempo sentí ajeno. Será porque pensaba que ser armenia era una parte minúscula de mi identidad. Cuán equivocada estaba. Porque va más allá de lo que comemos, las cejas tupidas y los apellidos difíciles plagados de consonantes amontonadas. Es un sello que marca a cada familia y se transmite en las manchas de los ...