Entre una mezcla de prejuicios e imágenes irreales, no apostaba mucho por Brasil. Me había quedado el tinte difuso de cuando había viajado con mi mamá a Camboriú hace diez años; fuimos a la playa y nos molestó la resolana, quería las pulseritas de colores y las trencitas en el pelo. Crecemos y nos vamos pareciendo más a las serpientes: dejamos pieles en el camino. Y volví, ...