Cuando llegué a Génova decidí no tomar clases de italiano, aunque sabía que no era un idioma fácil. Las escuelas costaban más de lo que ganaba como sueldo, así que: ja ja ja. Lo aprenderé en la calle, pensé, y con esa plata me compro toda la passsta, la pizzzza, lo spritz. Fue una buena decisión porque después de siete meses manejo un italiano que provoca catástrofes pero ...