Una parte de mí está en Estambul.
Pum, y así empieza…
Mi mamá nació allá. Mis abuelas también, y es más, la hermana de una de ellas sigue viviendo ahí. Y por más que mis raíces sean armenias, mi familia emigró de Estambul.
Ya había estado ahí, hace un par de años. Recuerdo que me sentí siempre un poco tensa; no lograba ubicarme en el mapa, me sentía muy dependiente de mis papás. No me gustaba que nadie me entendiera cuando hablaba en inglés, o quizás lo que verdaderamente me fastidiaba era que debía ocultar el hecho de que era armenia cada vez que leían mi apellido, pero en su momento, no era tan consciente de ello. (Entre 1915 y 1923 se llevó a cabo el genocidio armenio, liderado por el Imperio otomano. Murieron un millón y medio de armenios. Su asesinato aún no es reconocido por el país turco).
Toda esa sensación, ese recuerdo de lo que había sentido, flotaba en el aire y no sabía bien cómo lidiar con él. Me entusiasmaba saber que iría a Estambul con amigas, porque eso me iba a obligar a verla con otros ojos; finalmente podría redescubrirla.
Estambul es una ciudad que está en Turquía pero es más que Turquía; es un mundo en sí misma. Me hacía acordar a Buenos Aires el hecho de que no existe un solo punto central. Ambas son ciudades enormes, con muchísimos barrios que simplemente hay que visitar, y cada uno de ellos es tan diferente del otro. Sultanahmet, donde nos quedábamos nosotras, late en la ciudad antigua, en la parte europea. Está coronada por las dos grandes mezquitas que alguna vez compitieron entre sí: Hagia Sofía y Blue Mosque. Tuvimos la suerte de ir durante el mes de Ramadán, donde los musulmanes no pueden comer, beber, fumar ni tener relaciones sexuales mientras esté el sol. Entonces, a partir de las ocho más o menos, todas las familias se empiezan a juntar en la plaza que divide a aquellas gigantes, preparándose para finalmente comer. Los veía y me impresionó la devoción con la que viven la vida, dejando a todo el resto en un segundo plano. Es fuerte ver a tantas mujeres tan cubiertas, y más cuando el sol corta la piel como un cuchillo. Hay cosas que simplemente no comparto, pero esa es otra historia.
También hay barrios mucho menos dominados por la religión, abrazados por el Bósforo, como Bebek y Ortaköy; son más cancheros y hay mucha más vida. Para mí son también más reales, porque muestran la otra cada de Estambul, una ciudad cosmopólita y diversa, plagada de personas de diferente origen o religión. Además está la zona Pera, cerca de la plaza Taksim, un punto emblemático donde hubieron muchas protestas contra el gobierno durante el 2013. Allí, muy muy escondida, detrás de una pared enorme y metida en una callecita inundada de vendedores ambulantes, estaba la iglesia armenia donde se casaron mis cuatro abuelos. ¿Cómo iba a pensar que en un lugar tan recóndito estaba oculto un lugar tan importante para mí? ¿Por qué debía estar tan tapado, debajo de tantas caretas de cemento?
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El primer día, uno de los chicos que laburaba en el hostel nos hizo de guía por la ciudad. Tenía ganas de hacerle tantas preguntas, pero no sabía por dónde empezar. Pero las respuestas llegaron solas, y por más de que él siempre habló desde su opinión, dijo que seguía existiendo un “odio” hacia los armenios, y que durante el Imperio otomano, querían convertir a todos en turcos. Según nos contó, uno se hacía turco si mataba a siete armenios.
Pum. Eso era el nudo que tenía en la garganta. Pum. ¡¿Por qué?! Pum. ¿Cómo no me había dado cuenta antes de lo tanto que todo esto me afectaba? Porque ahí, entre esas víctimas, está mi familia. Me costó, pero aprendí que es algo que me va a doler siempre, aunque tampoco entiendo como puede existir ese tipo de odio tan arbitrario. Pero si puedo comprender, o al menos ponerle nombre a lo que me pasa, también puedo intentar reivindicar mi perspectiva de la ciudad, más allá de los hechos que no se pueden justificar.
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Estambul es enigmática, cautivadora. Camaleónica. No es ni de Asia ni de Europa. Las mezquitas quieren que sea de ellas, pero todavía eso no ocurrió. Es una ciudad que no le pertenece a nadie; no hay quien pueda dominarla.
Es imposible que esta ciudad no cautive los ojos de quien la visite porque realmente es única en su especie.
A mí me lleva a muchos lugares. Por un lado a mi casa, porque hay comidas y sabores que conozco desde que soy muy chica, como el lokhum, más conocido como Turkish Delight. Me lleva al pasado, incluso a los años que no viví, porque recorría Bebek y me imaginaba a mi abuela caminando por allí. O por qué no, recuerdos que sí guardo, que incluyen a mis abuelas apoyadas en el balcón, en Tarabya, un barrio que muchas veces ni figura en los mapas turísticos.
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Estambul, yo tenía que volver. Me reí hasta llorar y lloré hasta reír.
Creo que, en realidad, ya está todo dicho.
Cada vez escribis mas lindo! Y si…Istambul es mágico!
Te quierooo
Alucinante Clo. Esto no va a salir de mi cabeza en añosssw!!!!